Hace 35 años al escritor y artista Alejandro Jodorowsky, cansado del espejo de sus egos, sin la alegría de vivir, con el peso del dolor del mundo sobre él, un cuento chino le sacó del abismo, le empujó a la acción: no podía cambiar el mundo, pero sí ayudar a cambiarlo. Le dio un ataque místico, comenzó a escribir para ayudar a la gente. Mientras, daba conferencias y atendía a la gente todas las tardes de los miércoles en algunos cafés parisinos, en lo que él llama servicio de salud pública individual.

En su último libro, Cabaret místico , editado por Siruela y Círculo de Lectores, recoge más de un centenar de esas conferencias, encuentros con el público, historias iniciáticas, chistes y cuentos sacados de la sabiduría popular, de la cultura budista, taoísta, sufí e hindú, entre otras. Con ello el escritor analiza al hombre y sus problemas, sus miedos y carencias.

Jodorowsky, que no se siente gurú, que avisa contra las terapias en la primera parte del libro, se confiesa artista en tareas de bufón: "entretenemos a la gente para que olvide la realidad, que estamos eliminando el planeta, que somos una raza que puede desaparecer". Y se reafirma: "Soy un embaucador que da aspirinas a la gente, me pregunto para qué es el arte y no giro alrededor de mí mismo como la mafia de intelectuales que solo dicen que la vida no merece la pena y se quejan. Caí en crisis y me llegó la idea de que si el arte no sirve para sanar para mí no será arte".

Quería ayudar a los lectores a salir de sus problemas emocionales, "que si lo lee un deprimido cuando termine lo haga bailando". Las miradas al ombligo, el ego artístico, asegura, están cubiertos con su poesía, donde vuelca sus inquietudes artísticas; "es el único arte que no es industria, un superventas son 200 libros, nadie se hace rico".

Un papel fundamental en Cabaret místico lo juegan los chistes recopilados por Jodorowsky. él los interpreta e intenta su aplicación a la vida cotidiana, como si fuera una terapia. "Me di cuenta en mis contactos que después de reír, la gente empezaba a hablar de cosas más profundas", asegura. Todos los chistes pertenecen al inconsciente colectivo y están recogidos de diferentes culturas, nunca creados por él. "Es más fácil hacer llorar, inventar un buen chiste es muy difícil, hay que ser supergenio", confiesa.

Le es muy difícil elegir el más logrado pero se queda con uno que le ha cambiado la vida muchas veces: "Le pregunta un periodista al hombre más viejo del mundo si ha tenido un método para lograrlo. él le dice que sí: ´Nunca le llevo la contraria a nadie´. El periodista responde: ´¿Solo eso ¡No es posible!´´ Y él contesta: ´No, no es posible´".

El libro termina con una propuesta que el escritor llama "la santidad civil", que, aclara, no tiene nada que ver con la religión ni con la abstinencia sexual. "Es hacer humanidad, ayudas al ser humano, a tu planeta, y llega la santidad civil, porque si no lo conseguimos, nos vamos a la mierda, hay que que tener cuidado", concluye.