Del cine turco pocas noticias acostumbramos a tener. Lejano rompe el silencio, y de qué manera. el tercer largometraje de Nuri Bilge Ceylan es una película quirúrgica sobre la incomunicación, la pugna entre los ideales y la monotonía estable, la diferencia entre campo y ciudad, las relaciones familiares y la soledad.

No es poco, y el realizador turco lo expone con una aparente sencillez que desarbola al espectador. Fotografiada con una preciosa gama de grises, a veces más cercana al blanco y negro pese a estar filmada en color, la película narra de manera paciente, con planos y escenas en las que aparenta no pasar nada --pero es mucho lo que propone cada encuadre-, la relación entre un fotógrafo más o menos cotizado y un pariente suyo que llega del pueblo.

El fotógrafo vive en un confortable apartamento en Estambul. Al principio acepta la situación de convivencia, ya que la cree transitoria: su pariente está de paso. Pero la crisis laboral ha hecho mella también en la capital, y los días se suceden sin que la distancia afectiva entre los dos protagonistas quede paliada.

A través de una puesta en escena casi ritual, el director muestra el quehacer cotidiano del fotógrafo. Una secuencia le define a la perfección. Tras hablar con unos amigos sobre el Andrei Tarkovski, contempla en la soledad de su casa una de las películas del cineasta ruso, Stalker . El pariente dormita en el sillón: Tarkovski es superior a sus fuerzas. Pero cuando deja la estancia para irse a dormir, el fotógrafo pone un vídeo pornográfico.

Bilge Ceylan hermana las dos soledades a partir del fracaso amoroso. El fotógrafo se cita con la esposa de la que se divorció y tiene una aventura triste y sórdida con otra mujer, mientras que el pariente busca en los cafés, cines y metros el cálido contacto de una compañía femenina que se le niega. Y así discurre el tiempo irreconciliable. La felicidad aparece en un punto lejano al que ya no se puede llegar.