Takashi Miike ha realizado como mínimo tres películas más después de Llamada perdida . Esa generosidad a la hora de ponerse tras la cámara le está jugando malas pasadas. De cada tres filmes que dirige, uno es muy atractivo, otro medianamente interesante y el tercero se lo podría haber ahorrado directamente. En el último festival de Sitges tuvimos una buena muestra de película prescindible con Izo , rocambolesca historia de un samurái legendario que vaga entre los vivos. Por el contrario, Llamada perdida está más próxima a Audition --por citar el otro título del cineasta japonés estrenado en las pantallas españolas--, aunque en sus imágenes asoma cierta estandarización.

De hecho, Miike y otros practicantes del cine de terror contemporáneo hecho en Japón (Hideo Nakata, Takashi Shimizu) no hacen otra cosa que variaciones sobre un mismo tema, algo que nadie ha discutido nunca en el denominado cine de autor.

Llamada perdida remite a otras obras de Miike, pero también a filmes ajenos. Su punto de partida, en este sentido, es similar al de The ring , de Nakata, sólo que sustituyendo la premonitoria cinta de vídeo por una llamada al teléfono móvil. Quien la recibe sabe que uno o dos días después morirá. Se especula que el origen de esta amenaza pueda estar en alguien que murió odiando el mundo y elige a sus víctimas a partir de las llamadas telefónicas perdidas.

El sugerente punto de arranque se exprime lentamente en la primera mitad del filme. Miike dedica una hora entera a preparar el terreno, mezclando elementos inquietantes con visiones demoledoras de la actual sociedad mediatizada por la televisión (la secuencia del intento de exorcismo en directo en un programa basura dedicado a los fenómenos paranormales).

Pasado el ecuador del relato, entra de lleno en lo que hoy en día puede esperarse, y admirar, de una película japonesa de terror. Su puesta en escena es distinta, más reposada que la de sus contemporáneos aunque sin renunciar a ciertos efectismos.