Aunque en los últimos tiempos ha mostrado leves síntomas de cansancio, producto de la autoimpuesta obligación de realizar una película al año, nadie puede discutirle a Woody Allen la capacidad y esfuerzo para inventar nuevas formas expresivas a cada nuevo filme. Cuando no diseña un artefacto entre retro y fantasioso como La maldición del escorpión de jade , retrata con mordiente los entresijos cinematográficos en Un final made in Hollywood o rueda una funcional película sobre atracos como Granujas de medio pelo . Pero en Melinda y Melinda , su penúltima cinta --ya está inmerso en un nuevo proyecto con Scarlett Johansson y Brian Cox--, el cambio afecta a la estructura narrativa.

Allen ha rodado comedias y melodramas, pero hasta la fecha no había unido las dos tendencias, el humor cáustico y la tragedia, como lo hace en Melinda y Melinda . El dispositivo narrativo es de apariencia simple, pero el desafío radica en conseguir la armonía entre las dos tonalidades opuestas que maneja el cineasta.

Como indica el título, hay dos Melindas en el filme, ambas interpretadas por la actriz australiana Radha Mitchell, y la historia que viven tiene el mismo punto de partida. El ingenio de la propuesta está en construir una de las historias en clave de comedia casi ligera y la otra con registro de contundente melodrama, lo que obliga a la protagonista a un esforzado trabajo camaleónico del que sale airosa.

Alrededor de las dos Melindas gravitan una serie de personajes cuyo cometido es llevar el relato por uno u otro terreno. Si en la parte cómica domina la relación que se establece entre la atribulada protagonista y el tipo honrado, introvertido y casado que encarna Will Ferrell, Melinda participa en la dramática de un cometido más coral en el que destacan la intelectual neoyorquina (Chloë Sevigny) y el pianista negro y europeizante (Chiwetel Ejiofor) del que se enamora. Allen alterna y mezcla ambos relatos y registros con excelente ritmo interno, de modo que el resultado es una gran historia.