En apenas tres años, entre el 15 de octubre del 2002 y la pasada semana, la vida de Alfredo Bryce Echenique ha registrado tres hitos: el Premio Planeta (600.000 euros), el rasurado del bigote que había formado parte inseparable de su fisonomía y la publicación del segundo volumen de sus memorias, 10 años después de que apareciera el primero. De los tres hechos habló en la presentación el escritor peruano, con distinto entusiasmo de los tres, y especial entrega al comentar Permiso para sentir. Antimemorias II , vivencias que, quizá, tengan una tercera parte.

Bryce Echenique (Lima, 1939), hijo de acomodada familia, profesor en universidades de EEUU y Francia, impenitente viajero, firma notoria de la literatura en español y de las más traducidas, autor de más de 20 novelas --Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña y Reo de nocturnidad , entre otras-- viajó por primera vez a Europa en 1964 y desde entonces ha vivido con el atillo a punto, muchas veces lo ha perdido --"soy especialista en extraviar maletas"-- y, desde hace años, distribuye su tiempo entre sus estancias en Lima y Barcelona.

La primera parte de las memorias --Permiso para vivir -- salió en 1995 y ahora le toca el turno a Permiso para sentir (Anagrama), libro que nació "sin querer queriendo", primer título que Bryce coloca en las librerías tras ganar el Planeta con El huerto de mi amada . De respuestas largas, tan generosas como los párrafos de sus obras, el autor explicó que estas antimemorias le han ayudado a sobrevivir a ese premio literario porque, añadió, "han sido como un ejercicio de aprender a escribir que uno casi había olvidado". Permiso para sentir tiene dos partes. La primera, escrita "por orden de azar", sin cronología clara, son los recuerdos del aspirante a escritor, del viajero por Europa, del hombre que renuncia a una cátedra universitaria segura para lanzarse al vacío de la literatura. La segunda, más breve, es el regreso del autor a Perú, en 1999, decidido a liquidar la vida en Europa, el encuentro con un país "atroz" y con una Lima soñada "que ya no existía".

LA IZQUIERDA DEL 68

De la primera parte del libro destaca la que Bryce dedica al encuentro con los autores del boom de la literatura latinoamericana en el izquierdista París pos68. El libro saca a colación los hábitos Cortázar, que utilizaba la máquina de escribir sólo con el dedo de una mano, porque la otra le servía para fumar, o de García Márquez, que a la hora de crear sus novelas se ponía el mono de obrero industrial para ser fiel a sus orígenes proletarios, "y que hoy le debe diseñar Saint Laurent", apostilló Bryce con el fino humor que le es propio.

Recuerda el autor peruano que fue impopular entre aquella izquierda de la mitología del Che que, además, "carecía de humor". Y no fue humor lo que encontró en el Perú de Fujimori cuando decidió establecerse definitivamente en su país. "Fue una llegada falsa", recordó, tan falsa como para ser secuestrado por esbirros del presidente, al que no gustó que el encumbrado autor rechazara uno de los más altos galardones del Estado. Temía Fujimori que Bryce se dedicara a la política y decidió disuadirle con una soberana paliza. Tres años y medio después de aquel regreso, decidió volver a Europa: "Yo no funcionaba en aquella Lima, en aquel país que no sabe a dónde va".

En cuanto a la explicación de su tercer hito, el rasurado del bigote, Bryce no fue muy explícito.