Tres años después del 11-M, las heridas permanecen sin cicatrizar. Al dolor de los familiares de los 191 muertos, a los traumas de los 1.824 heridos, a las pesadillas de quienes conocieron de cerca el infierno, se ha sumado la queja de las víctimas contra lo que consideran una instrumentalización política de su dolor. El 11 de marzo se inauguró un monumento dedicado a estas víctimas. Un bello cilindro de piezas de vidrio mazizo se alza junto a la estación de Atocha. Desde una sala bajo el cilindro, en un entorno luminoso que mira al cielo, están escritos los nombres de los asesinados y algunos de los miles de mensajes de ciudadanos anónimos.