Adam Thirlwell tiene el aspecto de no haber roto nunca un plato. Lo que no tendría la menor importancia si este chico menudo, amable y sin aparente misterio no hubiera escrito una novela que --pese a titularse Política -- se asemeja a un manual de sexo extravagante y pormenorizado. Pero no ha sido el escándalo lo que ha hecho que la revista Granta, encargada de repartir las bendiciones en las letras británicas, le señalara como a uno de los escritores jóvenes a tener en cuenta, sino la originalidad de la propuesta.

Política , traducida a más de 20 idiomas (ahora al castellano por Anagrama), es el debut en la novela de este londinense de 24 años, y lejos de ser un relato pornográfico se interroga con mucha guasa sobre las complejidades domésticas del ménage trois , el que practican los enamorados personajes, retratados por Thirlwell como almas cándidas.

La obra plantea no pocos interrogantes sobre la geometría amorosa: ¿En qué orden deben situarse tres personas en una cama? ¿Puede uno de ellos dormir mientras los otros retozan? El autor no los despeja pero sí aclara: "La principal preocupación de la novela no es el sexo sino la bondad", dice.

CON TINTES AUTOBIOGRAFICOS

La primera advertencia de Thirlwell es que nada hay de autobiográfico en el libro. Difícil de creer, especialmente porque la descripción de Moshe, su protagonista, le delata: tiene similar apariencia y es medio judío como él. "Vale. He escrito sobre mis experiencias --confiesa con timidez--, pero también sobre lo que me han contado mis amigos".

La segunda puntualización es que utilizó el título con un sentido claramente irónico: "Este es un libro que nada tiene de ideológico. Intentaba señalar que existe una cierta política que enmarca nuestros momentos íntimos".

Para apuntalar la vertiente social de las relaciones, se vale de todo tipo de disgresiones literarias que le permiten hablar de la duración del coito entre los surrealistas, la higiene del presidente Mao, el posible erotismo de la Reina Madre, las intempestivas llamadas telefónicas de Stalin o la teoría de la hegemonía según Gramsci. "Las he incluido por bromear", dice, alejando con una sonrisa cualquier indicio de pedantería.

Intimidado por el éxito, siente como una espada de Damocles la valoración que Martin Amis hizo de su novela como un buen principio a seguir: "Me abruma un poco, la verdad. He decidido escribir una nueva novela que no tenga nada que ver con ella. Veremos qué pasa".