Doña Conchi camina por la acera. Un termómetro marca 32 grados. Eso, en L´Hospitalet, es mucho calor. Doña Conchi, ama de casa, ve a un perro dentro de un coche. Intenta abrirlo. No puede. Doña Conchi agarra una barra metálica de un contenedor de basura, rompe una ventanilla del vehículo y libera al chucho del asador de cuatro ruedas. Mientras, su compañero, Mariano, comunica a Opo, un vecino joven, que tiene un cáncer terminal: "Me deben de quedar dos meses".

Opo y César, el tronco con el que trabaja en un supermercado, hablan de las características de las turistas y llegan a la conclusión de que en verano el que no moja es porque es idiota. El sexo y las artes marciales --concretamente, aventurar hipótesis sobre quién mató a Bruce Lee-- ocupan todo su pensamiento.

Lolo, dueño del bar del mismo nombre, abronca a su mujer en la cocina del establecimiento. La mujer sube a casa, hace las maletas y se va. Raquel, que tiene un colmado, gime sola ante la pantalla del ordenador para intentar un ciberorgasmo que nadie le da desde hace dos años.

EL REALISMO SUCIO

Así, con retazos de realismo sucio, José Corbacho empieza a narrar la actividad cotidiana de un barrio de su ciudad, L´Hospitalet, en el sofocante agosto del 2004. El humorista y guionista de TV y su colega Juan Cruz eligieron el título de Tapas para escribir y dirigir cuatro historias de los sueños, las frustraciones, soledades y esperanzas de gente corriente --no falta algún freakie -- que come, bebe y suelta sentencias entre tacos, bocados y tragos de la vida que le toca vivir.

Los personajes hablan de cosas comunes, como cuando doña Conchi (María Galiana) se refiere a los euros: "Tanto progreso, tanto progreso, y estamos volviendo a los céntimos". Mientras, Lolo (Angel de Andrés) recurre a técnicas poco frecuentes mientras jadea encima de una prostituta, que ha de ir nombrando a jugadores del Deportivo para excitarlo. En el momento culminante, Lolo se queja: "¿Pero cómo se te ocurre nombrar a Djukic?".

Tapas , premiada como la mejor película del Festival de Málaga, discurre por el terreno de la comedia coral con toques dramáticos muy bien desdramatizados. Todo el mundo, a su manera, se ríe de sí mismo, y todo el mundo da o recibe su dosis de crítica por el comportamiento propio o por el ajeno.