Iciar Bollain, como directora, parece que ha encontrado su sitio en el cine español actual. Tras una primera tentativa itinerante y tragicómica, Hola, ¿estás sola? , se implicó de manera más rotunda en la realidad social con su segundo largometraje, Flores de otro mundo , centrada en la relación entre varias mujeres y los hombres solteros de un pueblo masculino.

Si aquella película se basaba en un hecho real, el tercer trabajo tras la cámara de la protagonista de El sur , Malaventura y Tierra y libertad se inspiraba en decenas, centenares, miles de casos verídicos.

Bollain habla en Te doy mis ojos de la situación de las mujeres maltratadas física y psicológicamente por sus maridos. Lo hace con un estilo deliberadamente frío, distante, para apartarse del alegato más fácil y epidérmico de la terrible situación. Y se orienta, también, hacia la mente del maltratador. Sin que el personaje de la sufrida esposa, Pilar (Laia Marull) quede desdibujado, ni mucho menos, la directora escarba en los pensamientos y actuaciones de su marido (Luis Tosar), a quien comparativamente dedica más metraje porque también desea comprenderle. Varias secuencias le presentan en las terapias de maltratadores --tratadas de manera harto humorística-- o charlando con el psicólogo, y la segunda mitad de la película se concentra más en sus actos que en los de la mujer.

En el esporádico reencuentro, cuando Pilar desoye los consejos de su hermana (Candela Peña) y decide regresar con el marido, un brote de pudor asoma en el espectador. La ternura y cariño que les invade duele, porque todos sabemos que no durará más que una secuencia, que un espasmo en sus vidas. Después del amor regresa la violencia. En esos pasajes reside lo mejor del filme, la tensión por encima de la repulsa fácil. Las secuencias de terapia no llevan a ningún lado y las primeras apariciones simpáticas de Rosa María Sard , madre de Pilar, sobran.