Sangre, sudor... y magia: las 2.150 páginas que suman las tres fecundas, adictivas y rompedoras novelas que protagonizan este artículo proporcionarán tanto placer a tantos lectores que cualquier prescriptor sin prejuicios debería preocuparse ante todo de recomendarlas. Frente a otras fórmulas hoy más convencionales en el género fantástico, Nocturna de Guillermo del Toro yChuck Hogan , Los juegos del hambre de Suzanne Collins y El nombre del viento de Patrick Rothfuss denuncian la realidad actual, apuestan por temas trascendentes y reinterpretan sin miedo sus propias tradiciones. Tentadoras incluso para quienes tiemblan al oír hablar de vampiros, mutantes o arcanos, las tres esperan pasar pronto, gracias a sus espectraculares secretos en común, de prometedoras novedades a éxitos pavorosos.

IMPURAS

Aunque canónicas en ambientación, personajes y estructura (las tres abren trilogía), las obras de Del Toro/Hogan, Collins y Rothfuss son tan impuras y fronterizas que esconden un inusual espíritu crítico. Gracias a su mezcla de vampiros, historia del holocausto y documentación cientifista, Nocturna clava sus colmillos en la vulnerabilidad de Occidente ante virus, pandemias y ataques terroristas, hasta el punto de inocular dudas razonables sobre la manipulación del miedo tras el 11 S. De apariencia juvenil, más distópica que postapocalíptica, Los juegos del hambre muerde con rabia en la degeneración de la violencia como espectáculo, las esencias predadoras del capitalismo y la sofisticación de los abusos del poder. Más clásica por su condición de aventura épico-iniciática, El nombre del viento atina por último al apuntar a la perversión del lenguaje y la institucionalización del poder, la educación y el conocimiento como peligros al alza. En época de crisis, en fin, hasta la evasión se tiñe de denuncia.

Que la muerte y el amor sean temas clave en estas fantasías sorprende menos que el ambicioso desarrollo que reciben. Lo prueba Collins, que convierte el cruel combate por la supervivencia de Los juegos del hambre en una metáfora sobre el egoísmo inherente al ser humano y además trenza en torno a Katniss y Peeta una irónica historia de amor esponsorizado que adorarán los alérgicos al sentimentalismo. Lo demuestra asimismo Rothfuss, pese al carácter aparentemente puro del idilio Kvothe-Denna, ya que vincula con acierto moral y superstición en un relato que revisa los conceptos de venganza y pacto diabólico a partir de los fúnebres Chandrian. A los no-muertos de Del Toro/Hogan, mitad zombis mitad vampiros, les toca en fin el papel de certificar que el mal es mucho más que la erradicación del bien, y que la muerte podría ser algo muy distinto al fin de la vida. El malogrado romance entre Eph y su exmujer Kelly remata tan singulares aproximaciones resucitando incluso el amor ultraterreno.

Acaso el mayor acierto de estas tres novelas fantásticas, en todo caso, sea el de reinterpretar con lucidez tres mitos tan populares como el del aprendiz de brujo, el de los no-muertos y el de los tributos de la antigua Atenas al laberinto del Minotauro. Para el primero, Rothfuss hace de Kvothe, su complejo aspirante a arcanista, una suerte de guerrero en proceso de aprendizaje a caballo entre un joven Gandalf y un Harry Potter con aires de bohemio. Para el segundo, Del Toro y Hogan bañan la tradición que va de Drácula y los engendros transilvanos a películas como La noche de los muertes vivientes , dirigida por George A. Romero, confiriendo a sus strigoi descripciones tan histórica y biológicamente minuciosas que podrían marcar un hito. Para Los juegos del hambre , en fin, Collins apunta alto: su revisión de las víctimas sacrificadas públicamente en aras de la estabilidad política y económica cobra tal vigencia que solo una cámara instalada en los estadios romanos podría comparársele. Por suerte, se trata tan solo de novelas de fantasía... Nada que ver con la realidad, nada que ver con el presente.