Troya participa de todos los rasgos de la nueva épica hollywoodiense, usurpados a la brava de La Iliada , de Homero, y digitalizados. Visualmente no es gran cosa. Se notan mucho los figurantes por ordenador y, lo que es peor, algunos enfrentamientos --como el que protagonizan los dos personajes claves de la tragedia, Aquiles y Héctor-- demuestran, de manera demasiado clara, que también han sido condimentados con elementos infográficos.

Para cualquier amante de la mitología y la historia griega, el argumento no depara sorpresa alguna. Paris, el hermano de Héctor, vuelve a su patria llevándose a su amada Helena, esposa del monarca de Esparta, Menelao. Este pide ayuda a su hermano Agamenón para lograr el respaldo de todos los pueblos griegos y asaltar las murallas de Troya. Para Menelao se trata de una cuestión de honor. Para Agamenón, los cuernos de su bruto hermano le sirven como excusa para enfrentarse a los troyanos y controlar todo el mar Egeo. Pero ninguno de estos personajes resulta decisivo, ni siquiera Helena, simple inductora de la trama. Los mejores trabajos son Héctor y Aquiles, que representan dos formas opuestas de entender la filosofía bélica. Porque Troya trata sobre todo del concepto que se tenía de la guerra en la grecia antigua.

La película de Wolfgang Petersen, todoterreno del cine espectáculo actual (su última contribución era La tormenta perfecta ), no se crece curiosamente en las batallas, sino lejos de ellas, como demuestra la escena nocturna entre el rey de Troya (excelente Peter O´Toole) y Aquiles, un personaje que encuentra gloria y maldición en el hecho de matar y al que Brad Pitt confiere el escepticismo necesario.

En su parte final, previa a la introducción del famoso caballo de Troya en la ciudad, la película gana enteros. Antes, durante casi dos horas de metraje, no es más que una avalancha de secuencias bélicas y numéricas sin demasiada sustancia dramática.