Ya que las dos entregas de La momia se le quedaron pequeñas en cuanto a figuras clásicas del género de terror se refiere, el realizador Stephen Sommers ha diseñado con Van Helsing un auténtico cóctel de monstruos fantásticos que nada tiene que envidiar a aquellas películas de la Universal en las que convivían Drácula, la criatura de Frankenstein y el hombre lobo.

Contra los tres mismos personajes batalla el protagonista de Van Helsing , un tipo ataviado como La Sombra, contratado por la iglesia como el mercenario de Vampiros de John Carpenter, y cuyo nombre es idéntico al del profesor que perseguía al conde Drácula. Hay en Van Helsing una criatura fantástica más, el Mister Hyde de Robert Louis Stevenson.

El prólogo del filme, en blanco y negro, es un homenaje descarado e impoluto al final de El doctor Frankenstein , de James Whale. En la secuencia de la fiesta en la gótica mansión, Sommers le rinde tributo al Polanski de El baile de los vampiros y hasta hay referencias a otro filme de terror que nada tiene que ver con éste: los descendientes de Drácula están almacenados en una especie de huevos viscosos idénticos a los de las criaturas de Alien. Van Helsing es pues un indisimulado cóctel de figuras arquetípicas y homenajes previsibles, entre los que también se cuela una inocua referencia a la serie Bond. Carl, el fraile ayudante de Van Helsing, es una especie de agente Q capaz de suministrar a sus agentes ametralladoras de nuevo cuño, bombas, ballestas sofisticadas y un repertorio de utensilios más acordes con un cazavampiros, como agua bendita, ristras de ajos y crucifijos.

La película no carece de ritmo y cierto fulgor escénico, caso de la primera escaramuza de Van Helsing contra las novias aladas de Drácula en la plaza del pueblo transilvano o los enfrentamientos contra el hombre lobo. Pero el filme resulta más propenso al videojuego en sus pasajes finales.