Luces, cámara y acción. Revivir de nuevo la muerte de un ser querido es duro, pero en el caso de El Hussein Aghazaff y Fátima Andah ha significado un revulsivo para afrontar su propio drama. Perdieron a su hijo en una patera que se hundió en Rota hace ya cinco años, y en la que murieron otras 32 personas indocumentadas. Doce de ellas pertenecían al mismo pueblo del Medio del Atlas marroquí: Hansala. Una historia estremecedora que ha convertido a Andah y Aghazaff en actores de sus propia tragedia en Retorno a Hansala , película dirigida por Chus Gutiérrez.

Ambos encarnan al padre y madre de la protagonista mediante la que la cineasta quiere denunciar la realidad trastocada del fenómeno de la inmigración: ¿Qué lleva a un joven huir en patera aún sabiendo que puede morir en el intento? ¿Qué les hace pensar que su sueño está en otras fronteras? ¿Quiénes son su familia? ¿Dónde viven? Preguntas que se hizo la directora antes de escribir el guión. "Es injusto que las fronteras existan solo para las personas y no para lo demás".

Retorno a Hansala se inspira en el caso de Rota. Cuenta el viaje iniciático de Martín, un empresario funerario encarnado por José Luis García, durante la repatriación del cadáver. "Cuando una patera se hunde, los sueños de toda una familia se han hundido también", dice el actor.

SUEÑOS QUE SE HUNDEN

A Martín le acompaña Leila, la hermana de uno de los fallecidos en el Estrecho. Su papel lo interpreta la actriz de origen marroquí Farah Hamed. "Mi encuentro con hermanas, madres y vecinos de las víctimas me ha creado mucha responsabilidad. Debo hacer un buen papel", afirma. Junto al cadáver y las ropas de los indocumentados ahogados, Martín y Leila se dirigen a Marruecos. Emotivo momento en el filme aunque menos espeluznante que la última parte, rodada en Hansala, donde descansan los restos de los inmigrantes.

"El largometraje pone nombre y apellidos a las víctimas", dice Hamed. No todas las familias han podido enterrar a sus hijos, porque no se han recuperado del océano o porque no han podido ser identificados. El dolor de este pueblo perdido en las montañas es aún más fuerte por la pobreza extrema de sus gentes, sin agua, luz ni médicos. La aldea bereber salió del abandono durante la semana de rodaje. No hubo tristeza, solo expectación ante las cámaras y los focos que avivaron los ánimos de este lugar, exportador de inmigrantes.