Resulta desconcertante que lo más famoso de la isla griega de Rodas sea una gigantesca estatua que ya hace más de 2.000 años que no existe. Me refiero al Coloso, claro. Se levantaba, según las crónicas, justo a la entrada del puerto, medía 30 metros de altura y era una de las siete maravillas del mundo. Lo malo es que solo se mantuvo en pie 56 años, hasta que un terremoto lo derribó en el 227 a.C.

Siguiendo el rastro cinematográfico de la isla, me enteré de que Sergio Leone estrenó en 1961 la película El Coloso de Rodas pero, al buscar en internet, resultó que la rodó en Laredo (Santander). En fin, el cine a veces las da con queso, aunque comprendo que El Coloso de Laredo no hubiera sido tan comercial.

Aterricé en Rodas, pues, con una empanada mental en la que se mezclaba el Coloso con el comando de Los cañones de Navarone , una superproducción que se filmó en la isla en 1961, el mismo año en que Leone nos daba gato por liebre, o Laredo por Rodas. Una de las primeras cosas que hice fue acercarme al puerto para certificar que el Coloso ya no estaba allí, aunque su imagen sobrevivía en miles de postales, toallas y estatuillas horteras. A continuación, un paseo por la ciudad antigua, protegida por gruesas murallas, me hizo ver que Rodas es la menos griega de las ciudades griegas, ya que su arquitectura se debe a la fortificación acometida en tiempos de Cruzadas por la Orden de San Juan de Jerusalén.

El Palacio de los Maestres y la elegante calle de los Caballeros, en la que se alinean los palacios, mantienen un aire señorial que invita a recordar que dos de los grandes maestres de la orden fueron catalanes: Anton Fluvià (1421-1437) y Pere Ramon Sa-Costa (1461-1467). Al segundo se debe la torre de San Anastasio, que controla la entrada al puerto.

Tabernas y restaurantes

El ambiente medieval se rompe a medida que te adentras en la ciudad, donde proliferan las tabernas, restaurantes y tiendas de recuerdos que compiten por cazar al turista. En la parte alta resurgen los callejones con misterio y las mezquitas, palacios e iglesias que te llevan a dudar de dónde te encuentras. Por fortuna, los nombres de las calles --Sócrates, Pitágoras, Platón,...-- no engañan: estamos en Grecia.

Un buen lugar para huir de la marabunta turística es el Museo Arqueológico. Allí se encuentra la Venus marina que tanto fascinó a Lawrence Durrell, que la situó en el título den su libro sobre la isla: Reflexiones sobre una Venus marina . Se trata de una estatua de mujer, con la cara desfigurada y un aire de misterio.

Al final fue una postal la que me puso sobre la pista de la conexión peliculera de Rodas. La imagen reproducía una preciosa bahía que llevaba el nombre de Anthony Quinn. No lo dudé ni un segundo: tenía que ir allí. Me dirigí en coche hacia la costa Este; dejé atrás la playa de Faliraki, capital del turismo de borrachera británico, y no tardé en desembocar en una preciosa playa entre dos puntas rocosas.

La playa donde en 1960 desembarcó el osado comando de Los cañones de Navarone estaba ahora tomada por una multitud de turistas armados con toallas y bronceadores. Mientras exploraba el territorio, me vino a la cabeza la canción de la película: "Islands of Greece are green and beautiful..." . ¡Ah! Bellas islas griegas con cañones ocultos... Decididamente, ya no se hacen canciones como esta, aunque la versión española, quizá para eludir la competencia turística, omitió la referencia a Grecia y quedó así: "En una isla bella como el sol..." .

La noche que me fui de la isla griega, Rodas, un terremoto sacudió la isla, y unos días después un incendio devastó la costa Sur. Me acordé de un viejo de Kalistea que me dijo que remover el pasado no podía traer nada bueno y pensé que igual se trataba de la venganza del Coloso. O sea, que quizá es mejor dejar a Rodas tranquila, con sus turistas.El próximo verano, si vuelvo a pensar en el Coloso, haré como Sergio Leone: me iré a Laredo.