Viajar a Palermo bajo el síndrome del padrino es peligroso. No porque haya amenaza, sino por el exceso de fantasía que desfigura la realidad. ¿El granuja que pide una moneda para vigilar el coche es mafia? ¿Los taxistas que cobran, respectivamente, 10, 15 y 20 euros por un trayecto ínfimo son mafia? ¿El motorino que viaja en contradirección, amenazante como una navaja abierta, es mafia? ¿Los basureros reventados, las aceras levantadas, los socavones son de la Mafia? ¿Las obras sin obreros, los andamios constantes y vacíos en los palazzos del barrio de la Kalsa son de la Mafia? A lo mejor sí, a lo mejor, no.

La Mafia es una multinacional que no cotiza en bolsa, que no declara beneficios y cuyos consejos de administración se celebran en secreto. En su versión menos letal, la mafia es, lo ha sido siempre, una actitud.

Sobrecoge pasar junto al monumento que recuerda el asesinato del juez Falcone en 1992, reventado en la autopista que une el aeropuerto de Punta Raisi con Palermo. Las imágenes del cráter quedarán grabadas a fuego y alquitrán en la memoria. Pero este viaje no persigue la vera historia de la Mafia sino la imaginada por Hollywood. Aunque es difícil saber qué es real y qué inventado con la fértil toponimia: Corleone, Prizzi, castillo Soprano... ¿Falso, auténtico? Un relato hecho de fragmentos de ficción e historia.

De forma inesperada, Sicilia se ríe del drama y es posible encontrar camisetas folclórico-mafiosas con el dibujo de un campesino con coppola (gorra), chaleco y lupara (escopeta). "U´Mafiusu", se lee Con los asesinos corleoneses Totó Riina y Bernardo Provenzano en prisión, la broma ha comenzado. En el mercado de San Bernardo, Giorgio vende camisetas de El Padrino estampadas con gotas de sangre y la cabeza patricia de Marlon Brando, y otras con una leyenda siniestra: "Producto nacional: el padrino". "Las compran los turistas de los cruceros. Vendo 300 a la semana", y guiña un ojo mientras ofrece otra prenda con aforismo: "En Sicilia no se trabaja, se vive".

La entrada en el ambiente negro comienza con la cena en la Antica Focacceria di San Francesco, en el corazón de Kalsa, el laberinto palermitano que fue árabe, la kasbah; que fue normando, que fue barroco, que fue neoclásico, que fue bombardeado en la segunda guerra mundial, que fue territorio de hostilidades mafiosas y que sobrevive entre paredes carcomidas y una belleza putrefacta. Una camarera suelta la salmodia turística: "Es un edificio del siglo XVII. Fue el palacio del príncipe de Cattolica. En 1834, el príncipe cedió al cocinero Antonino Alaimo la capilla, donde abrió la focacceria. Por aquí han pasado todos, Garibaldi, Pirandello, Lucky Luciano...". Frente a la Antica Focacceria hay policías con metralleta. Entre 1834 y el 2005, la Mafia no se interesó por ellos. Ahora los amenazan.