El maestro de las letras extremeñas murió el 24 de diciembre, aunque no fue hasta el 1 de enero de 1946 cuando el Periódico publicó la noticia de su muerte en la portada: «En plenitud de vida ha muerto en Madrid el poeta extremeño Luis Chamizo. Su producción regional en el campo de las letras brilló extraordinariamente. Ahora tenía en preparación Gloria y tenía en perspectiva una zarzuela que musicalizaría Sorozábal. El entierro del poeta extremeño se efectuó en Madrid, constituyendo una manifestación de duelo general y unánime». La aparición del escritor de Guareña en el campo literario causó contradicción, disparidad de criterios, pasión, crítica, y en una palabra: interés. El miajón de los castúos recorrió enseguida la emoción extremeña y, ya desde entonces, adquiere fama y categoría. Cuando estrena Las Brujas, nuevamente la crítica riñe batalla en torno al poeta, más depurado e imaginativo, lo que lo hace merecedor de todos los reconocimientos. Su muerte, como dijeron las crónicas periodísticas del Extremadura, deja «en orfandad una lira prócer». Letras aparte, 1945 fue, indudablemente uno de los peores años de la dictadura de Francisco Franco.

La Historia nunca olvidará la bomba atómica, la gran invención puesta en práctica en agosto contra la ciudad japonesa de Hiroshima, destruida como en cataclismo cósmico, para dejar entre escombros a más de 100.000 personas. La Segunda Guerra Mundial abrió paso a la destrucción y al exterminio. Alemania e Italia fueron vencidas. Sus dos hombres representativos sucumbieron en la tragedia: Europa y el mundo vivieron el quinquenio más duro y trágico de todos sus milenios. Tardarían años y generaciones en recuperar la paz y el progreso armónico del mundo. Cáceres, que ese año volvió a padecer los efectos de una pertinaz sequía, recibió con entusiasmo la noticia del final de la guerra.

EL DISCURSO DEL GENERAL

El diario, que publicó en abril el fusilamiento de Mussolini y que se hizo eco el 12 de mayo de la muerte de Hitler, no dejó pasar por alto la visita que Franco realizó a Extremadura en diciembre de 1945, el año en que parece que culminan todas las desgracias de la sequía y todos los azares del tiempo. En el discurso que el día 18 pronunció en Badajoz ante una muchedumbre, aseguró que no había venido a Extremadura «a establecer una dictadura, ni a pensar por todos los demás, sino a organizar un país y a devolver a los españoles su fe y su personalidad. Y por eso (...) he venido -dijo- a organizar vuestro trabajo, a alentar vuestras inquietudes, a despertar vuestra fe para su segura resolución...». Las palabras del general, leídos tantos años después, parecen no tener mucho sentido. De hecho, ya en 1946 Inglaterra, Francia y Estados Unidos cuestionan el régimen de Franco. En ese año, en el que la política internacional avanzaba por derroteros bien distintos a los españoles, Cáceres contemplaba con satisfacción el nacimiento de La Salmantina, una conocida repostería que Juan García Herrero abrió en el mes de mayo, y la creación de la cofradía de los Ramos y del Cristo de la Buena Muerte.