Él no lo sabe pero yo nunca le olvidaré. Siempre estará en mi memoria y también en la página 12 del periódico de la edición del 11 de julio del 2006, el ejemplar 26.841. La primera entrevista publicada. Las primeras letras vertidas en un diario que entonces ya había soplado 83 velas, las mismas que mi abuela Manuela. Aquel verano Cristóbal Bueno Jiménez, médico del Infanta Cristina y profesor universitario, dirigía un curso de verano de la Universidad de Extremadura titulado Tabaquismo y cáncer de pulmón. La ley antitabaco había echado a andar poco meses antes y prohibió fumar en los espacios públicos. Por fin dejamos de ser seres ahumados en los bares y, claro, eso era plena actualidad. Así que rebusqué su teléfono, anoté unas preguntas, cogí una grabadora prestada y me metí en esa minúscula y calurosa salita de la redacción de Cáceres, con vistas al cogote de la estatua de la señora Leoncia, desde donde se puede grabar el sonido del fijo con el método altavoz.

ÉL, CON UN BAGAJE de décadas y yo, con apenas diez días de experiencia como becaria que añadir al currículo. Esa noche prácticamente no dormí. Aquella entrevista estaría al día siguiente en la calle. Menuda responsabilidad. Pero con el tiempo, con cada reportaje, con cada noticia, con cada entrevista aprendes a conciliar el sueño. Porque el periodismo es una responsabilidad. Detrás de un titular como mínimo hay una persona, su sabiduría, su proyecto, su lucha, su ilusión, su enfermedad, su alegría, su dolor,… su vida, en definitiva, y por un instante se cuela entre tus dedos. De eso va este oficio, de contar en cinco columnas lo que le sucede a la gente y, por tanto, lo que le sucede también a la sociedad en que vivimos con el único propósito de intentar hacerla mejor. Y plasmarlo en un periódico con 95 años de historia todavía supone una responsabilidad mayor. Porque este diario nació en 1923, cuando reinaba Alfonso XIII. Solo cinco meses antes del golpe militar de Primo de Rivera y pocos días después de que Albert Einstein visitara España entre aplausos y la incomprensión de sus teorías científicas. Un periódico que ha sobrevivido a dos dictaduras, una república y dos monarquías, y hasta a mi abuela, que por cierto jamás fumó pero se leyó aquella primera entrevista que me robó el sueño. Y pese a los sinsabores, aquí todavía huele a papel calentito cada mañana. El Extremadura es la historia viva de casi un siglo. ¿Seguimos escribiéndola juntos? k