Más de 70 años envuelta entre telas, hilos y vestidos entre los que ha encontrado su inspiración y su felicidad. La vida de Isabel Fernanda González Zamora (Almendralejo, 1933) camina ya por los 86 años, «pero yo estoy estupenda y siempre con ganas de estar con los míos», confiesa desde su casa, ahora confinada por la cuarentena por el covid-19.

El consejo local de la mujer valora así su vida y una trayectoria singular en la que el compromiso, la constancia y el tesón por sacar adelante a los suyos bien le ha valido el premio a Toda una vida.

Hija de Juana La Mayora y Francisco, Isabel es la menor de cinco hermanos. Nació en el seno de una familia humilde y trabajadora con muchas inquietudes por la lectura y las artes. Su madre ya fue una mujer adelantada a su tiempo. Cuenta Isabel que empezó muy pronto a estudiar en los grupos escolares Suárez Somonte. Le encantaba la escuela, pero a los 10 años, su madre tuvo que sacarla para que aprendiera el oficio de modista. Mandaba la necesidad. Cogió la aguja, el hilo y hasta hoy. Más de siete décadas.

«¡Madre mía cómo ha cambiado todo!. En aquella época nos faltaban hasta los colores de los hilos. Teníamos que dar la vuelta al pueblo para encontrar hilos de colores», recuerda en tono irónico nuestra protagonista.

Desde muy temprano conoció el oficio y a los 23 años se casó con el amor de su vida, Antonio, con el que compartió su pasión. Juntos montaron un taller en su casa de toda la vida, en la calle León XIII. Poco a poco fue creando una nutrida clientela llegando a coser, incluso, para personalidades de Madrid o Sevilla.

«Lo mío eran trajes de mujeres. Para hombres he cosido muy poco. Pero a mujeres he vestido a miles. Me acuerdo mucho de los días de trabajo intenso antes de las fiestas de la Piedad o Santiago, cosiendo de madrugada», rememora Isabel González.

Isabel y Antonio tuvieron tres hijos: Caty, Francisco Javier y Ana Isabel. El taller de costura fue esencial para sacar adelante a su familia. En 1985, un trágico accidente laboral se llevó a Antonio y con él, gran parte del ánimo de Isabel. Fue la costura, precisamente, la que le mantuvo viva, entretenida y dando un sentido a su vida. La costura y sus hijos, que siempre la arroparon agradeciendo el esfuerzo que había hecho y hacia para mantener unida a su familia.

Y así hasta los 86 años. «Ya no coso a esos niveles, pero todavía cojo la aguja para hacer cosas para los míos. Eso nunca se puede perder», dice. Ahora, le gusta matar el tiempo con los suyos y con la lectura, que es algo que siempre le llamó la atención. Su pueblo, su gente, sus vecinos, le agradecen su trabajo incansable con un premio que reconoce toda una vida.