¿Pospones el comienzo de adquirir un hábito de vida saludable por temor a creer que será una dieta restrictiva? Suele pasar. El motivo de fracaso de muchos planes de alimentación es el hambre y las dietas que restringen alimentos. Pero hay claves para que esto no ocurra.

Laura Gallego, experta en asesoramiento nutricional y diseño gastronómico de la firma Fikavocados, colaboradora de Ranva Clinic, cuenta que “antes de empezar cualquier dieta hay que establecer objetivos realistas para no frustrarte en el intento. El plan de alimentación debe concordar con tus capacidades de sacrificio”.

La falta de equilibrio en las comidas provoca “adicción” a los caprichos. Una vez que buscas un plan para bajar peso, la restricción de alimentos hace que, en términos generales, disminuya la cantidad de calorías que se ingieren de forma excesiva. Ahí se detectan los primeros síntomas del hambre. “Nuestro cerebro recibe esa alerta de necesidad fisiológica y, por tanto, la restricción acusada de calorías no es sostenible en el tiempo, poniendo en riesgo la salud del organismo”, explica Laura.

Otro factor importante a tener en cuenta para evitar esa sensación de hambre es el descenso del nivel de azúcar en sangre. “Cuando la alimentación es alta en hidratos de carbono, ocasiona subidas y caídas bruscas de glucosa que provocan esa sensación de hambre al poco tiempo de haber comido.

¿Cuántas veces te has permitido un capricho de comer algo poco saludable con la excusa de tener hambre y necesitar algo para saciarte? En muchas ocasiones, detalla Laura, el hambre es una cuestión emocional y es el propio cerebro el que piensa en comida. “Muchas veces la comida es una forma de enfrentarnos a estados anímicos y el cuerpo nos pide alimentos que realmente no necesitamos. Por eso es clave una dieta sana y equilibrada, sin saltarse comidas, y basada en proteínas animales y vegetales que consiguen un efecto saciante y una fuente de energía progresiva durante todo el día.

Claves

Hay seis tips esenciales para lograr el objetivo. Primeramente, llevar una alimentación de bajo índice glucémico. En segundo lugar, aumentar la ingesta de proteínas de calidad. Tercero (y no es negativo), aumentar la ingesta de grasas saludables. Otro factor clave: el descanso. “La reducción del sueño de una sola noche nos aumenta el apetito. Conviene saberlo”. Quinto: beber agua. “No hay que confundir el hambre con la sed. El agua es nuestra principal fuente de energía, pero no bebas para evitar comer si se trata de hambre real. Y seis: aumentar el consumo de vegetales, que son ricos en fibra “y te mantienen saciado por más tiempo”.

Realizar todas las comidas y beber dos litros de agua al día es fundamental para el correcto funcionamiento del organismo, aseguran desde Fikavocados. “No pueden faltar alimentos saludables como legumbres, frutos secos, avena, huevos, carne, pescado y los vegetales de hoja verde. Y lo más importante, sin duda, es estar mentalizados de que queremos cambiar los hábitos y hacerlo de manera progresiva, fijando un objetivo real dentro de las posibilidades de cada persona y con la ayuda de un profesional para que el cambio de hábitos sea una mejora de la salud, ya que si no es así puede tener el efecto contrario”.