Se organizaba una feria de corderos que permitía a muchos niños gozar de la compañía de un borreguito durante una temporada. Estabas deseando que llegaran las vacaciones para sacarle de paseo al campo. Las madres se encargaban de engalanarle. Le rodeaban de borlas de lana de distintos colores y sobre sus lomos lucía un pañito bordado. Una campanilla en el cuello y una cuerda para evitar su huida. Aunque si le dabas pan con sal en tu mano conseguías que te siguiera sin que estuviera amarrado. Como el campo no estaba vallado disponía de la alimentación necesaria. Antes de llegar a casa comprabas un fajo de trébol, un real, que colgaría de alguna púa. Te pasabas el día contemplando al animalito. Que si meaba, que si balaba, que si echaba cagalutas... Generalmente el borreguito estaba destinado a morir el día en el que subía la Virgen. El día antes se presentaba en casa un asesino cuchillos en ristre que debía comenzar un combate físico y dialéctico con la chiquillería y que acababa con gritos de desesperación y lágrimas infantiles. Para colmo te lo ponían de comida. Tú ni lo probabas pues no te ibas a comer a quien había sido tu fiel amigo. Siempre le recordarás pues Caldera te hizo una foto con él.