Se abre el telón. Aparece una mujer con antifaz de gato. Fondo rojo y negro. Luminoso. Suena Kamikaze . ¿Qué es? El espectáculo Amaral. El más poderoso que ha pisado el recinto hípico este año. Unas 2.800 personas, más aún de las previstas, corearon anoche durante casi dos horas uno de los directos más potentes del panorama musical español, acompañado por una vistosa escenografía.

A las diez y veinte de la noche se abre realmente el telón. Unas cortinas elegantes de tela roja que parecen decir al público: aquí hay clase. Y tablas. No en vano han pasado casi 15 años (y cinco discos, el último, Gato negro, dragón rojo ) desde que los zaragozanos, entonces desconocidos, dejaron los oscuros garitos como el Mistura Brasileira, donde los cacereños los pudieron oír por primera vez, para pasar a escenarios con 80.000 watios de luz y sonido.

"Buenas noches, Cáceres. Cuánto tiempo sin vernos", saluda la cantante al concluir El universo sobre mi (Pájaros en la cabeza ). "Este concierto --confiesa con emoción-- tiene para mí una doble responsabilidad porque es en la ciudad donde nació mi padre". Sus paisanos agradecen con entusiasmo la reivindicación de sangre cacereña.

Eva Amaral calza botas de rockera y vestido de niña buena, blanco y negro de satén. Juan Aguirre, su inseparable gorra oscura. El no suelta la guitarra. Ella igual coge la armónica, que la guitarra, los palos o se hace toda voz para cantar o para reivindicar que cosas como la profanación de tumbas de toreros (en Salamanca, ayer la de Julio Robles) no se hacen, por muy antitaurino que se sea. "Hay otras formas", proclama.

El público ovaciona, salta, canta. No hay manos en alto con mecheros encendidos, sí con decenas de móviles que tratan de memorizar a Amaral antes de que el telón se cierre.