Aunque tiene 79 años, Blanca Vila no ha olvidado cómo se llevaron de casa a sus padres cuando apenas había cumplido los cinco. Corría el año 1936. Ricardo y Rafaela eran valencianos pero decidieron trasladarse a Cáceres para dedicarse a la chatarra y la fruta hasta que sus ideas republicanas les hicieron desaparecer para siempre. "Hemos sabido, según los archivos de la cárcel, que les pusieron en libertad pero en realidad les fusilaron junto al Tajo. Sus cuerpos nunca aparecieron porque los tiraron al río", cuenta la mujer, la menor de seis hermanos.

A sus tías, que le dieron luego cobijo, las sentenció un tribunal militar. Con otro tío más que también fue fusilado, Blanca Vila perdió a cinco familiares en la guerra civil. Aquella niña huérfana creció en el hospicio de la Inmaculada --donde está ahora el colegio mayor Francisco de Sande-- y salió adelante gracias al almacén familiar que pudieron reabrir sus hermanos mayores cuando terminó la guerra. Gracias a ese esfuerzo, Vila se licenció en Ciencias Químicas en Salamanca y pudo ganarse la vida en la localidad castellonense de Vinaroz hasta que hace cinco años volvió a la capital cacereña.

En primavera podrá ver inscrito en el memorial que se levantará en el cementerio los nombres de los familiares que perdió. "No hemos podido hacer duelo. Estaba prohibido hablar", recuerda la mujer, que reconoce sentir aún el vacío de haber vivido sin sus padres. "Es un gran alivio. Habrá un sitio al que podamos llevarles unas flores", añade.

Dice Blanca Vila que con este memorial "se cierran heridas, no se reabren". Porque por fin podrá saber que los que le dieron la vida están presentes en algún lugar para siempre.