Getulio Hernández Moreno era oriundo de Garganta la Olla y llegó a Cáceres para trabajar primero en la tienda de tejidos de los Pérez y después con los Hijos de Víctor García, que era un almacén de telas muy importante de la ciudad, que estaba en la calle Parras, donde luego se puso Reviriego. Dadas sus dotes comerciales y como los Hijos de Víctor García habían abierto una tienda en Navalmoral de la Mata, destinaron allí a Getulio de encargado. Fue en Navalmoral donde Getulio conoció a Angela del Monte Sánchez, se casaron y poco tiempo después pudieron montar su propio negocio textil hasta que por problemas políticos y coincidiendo con el estallido de la guerra civil, metieron a Getulio en la cárcel.

Getulio se libró de una condena de pena de muerte, salió de prisión, pero le obligaron a abandonar Navalmoral. Buscó entonces negocios fuera de Extremadura, incluso en Galicia, aunque sus intenciones no prosperaron y en 1939 decidió volver a Cáceres para probar suerte en la ciudad. El matrimonio comenzó entonces a vender telas en una habitación de un edificio de la avenida de España situado prácticamente enfrente de la Casa de la Chicuela al que llamaban el Edificio del Requeté porque durante la contienda había sido hospital y cuartel de los conocidos como tercios de los requetés, que combatieron junto a Franco y tuvieron una actuación destacada (se calcula que alrededor de 60.000 requetés participaron en la guerra civil y que de ellos unos 6.000 murieron).

En aquella habitación, alquilada, que ni siquiera tenía puerta a la calle, Getulio Hernández vendía en base a una política que tenía muy clara: siempre hay que comprar bien. De modo que compraba Getulio tejidos a metro a proveedores catalanes, que eran los mejores proveedores de textiles de este país y el negocio no tardó en florecer.

Getulio y Angela vivieron en la Cuesta del Maestre hasta que pudieron trasladarse al tercer piso del Requeté, que era un edificio muy grande, con un portal junto a la esquina del Banco de Bilbao, que había sido previamente una joyería. En sus orígenes, estuvo en el primer piso del Requeté la Compañía de Aguas, en el segundo residía Francisco Redondo, presidente de la Audiencia, en el cuarto vivía don Antonio Ceñudo, que era práctico de la Renfe, y en el tercero vivía Getulio.

El piso tenía tres o cuatro habitaciones, su cocina de carbón, un salón con vistas a Cánovas, traseras con vistas a Diego María Crehuet y la Montaña, y arriba una buhardilla, a la que todos llamaban troje por ser originariamente un espacio dividido por tabiques para guardar cereales, y que después sirvió para almacenar depósitos de agua o picón para los braseros.

La habitación

Alrededor del Requeté vivían el señor Antonio, que tenía comestibles, un vecino que arreglaba bicicletas, otro que vendía cuerdas, arpilleras y telas de saco, o la familia de Tato, que el padre era mecánico. A Getulio le iban bien las cosas, así que con el dinero que ganaba pudo comprar la primera habitación donde abrió su negocio, después compró otro local, luego el primer piso, posteriormente el segundo, y así hasta que Getulio se hizo con todo el Requeté.

Getulio y Angela habían sido padres de tres hijos: Paula, que era maestra y fue directora del colegio de la Montaña durante 30 años, Carmen, licenciada en Filosofía y Letras y profesora de Lengua y Literatura e Historia del Arte del Broncense, y Getulio, que falleció con año y poco. Llevaban aquella empresa del Requeté Getulio y Angela, hasta que Paula conoció estudiando Magisterio a Francisco Aniceto Nacarino, con quien se casó y a quien Getulio propuso en 1950 para que lo ayudara en el negocio.

Francisco era maestro, procedía del Casar de Cáceres y era hijo de Matías, que murió muy joven, y de Apolonia Campón, que se trasladó a Cáceres, donde abrió un pequeño almacén de coloniales en la calle Moret y pudo sacar a sus dos hijos adelante: Francisco y José, que fue funcionario de Correos y vendía antenas y televisores en la calle Marqués de Oquendo de las Casas Baratas.

Francisco trabajaba ya en un Requeté de fama imparable, con su escaparate en el centro, un mostrador en forma de ele, y detrás, piezas y piezas de tejidos, milimétricamente ordenados por texturas y colores. La parte trasera se dedicaba a venta al por mayor. El negocio iba viento en popa, ya con numerosos empleados: Gonzalo fue el primero, siguieron José Rojo, Vidal Pérez Sanromán, que entró con Claudio Martín, Justo Vela, que se estableció luego en Doctor Fleming...

Para entonces Getulio ya había comprado dos o tres casas de la calle Santa Apolonia, que se unieron a la casa familiar de Cánovas y hasta adquirieron un local para almacén en Diego María Crehuet. En 1966, con 81 años, Getulio Hernández falleció de una pulmonía que contrajo tras una operación de próstata en el sanatorio de Ledesma. Su yerno, Francisco, se encargaba ya del Requeté, negocio cuya titularidad era de su esposa Paula, que aunque de jovencita estudió contabilidad nunca se dedicó a la tienda y prefirió emplearse en sus labores docentes.

Al Requeté siguieron sumándose empleados: José Luis Jerez, Antonio Gracia Pérez, Juan Pavón Nevado, que estuvo luego de chófer en la diputación, Felipe Santillana Vaca, Julián Niso Tejado, Gaudencio Calleja Neila, Miguel Casares Barrantes, Alberto Rodríguez Cabezón, que fue árbitro de Segunda, Antonio García Iglesias..., y así hasta alcanzar 40 trabajadores.

Francisco Aniceto y Paula eran padres de cuatro hijos: María Isabel, Francisco Javier, Pablo y Getulio, que fue quien entró en el negocio siguiendo la estela de su abuelo y de su padre: comprar barato. La receta debió triunfar porque todos en Cáceres querían trabajar en El Requeté: cada dos años cerraban un par de días y se iba la plantilla de excursión invitada por los proveedores, iban a Galicia, a Canarias, a Torremolinos... Y una vez al año se cerraba por inventario y después se abría con grandes ofertas y se formaban tantas y tan largas colas que a veces había hasta que llamar a la policía para evitar altercados de orden público.

Entonces en El Requeté llegaban a sumarse entre tres o cuatro filas de cola frente a los mostradores. En El Requeté todos querían comprar, las jovencitas acudían en busca de la dote, las madres en busca de la tela, los padres en busca de la colonia. Si entrabas en El Requeté tenías que esperar seguro. La tienda seguía por la senda de la prosperidad: a las telas se unió la paquetería, la ropa interior, la mercería, la droguería, la perfumería, la confección... El Requeté era el almacén más popular de la ciudad hasta que en 1988 todo se fue al traste.

En torno a las cuatro de la madrugada del 7 de junio de aquel año uno de los empleados telefoneó avisando de que estaba saliendo humo del ala trasera del edificio. A Franscico y Paula, que seguían residiendo en la casa, los bomberos ya los habían sacado a la calle mientras el coloso comercial de Cáceres moría presa de las llamas como un año antes lo habían hecho los Almacenes Arias de Madrid, donde perdieron la vida 10 bomberos.

Escenario tras las llamas

Francisco Nacarino se vino abajo al ver como un posible cortocircuito había convertido sus almacenes en un grotesco escenario. A las 8 de la mañana, su hijo Getulio se hizo definitivamente cargo del Requeté, que reabrió poco después en la actual sala de arte El Brocense, propiedad de la diputación, donde había estado Arte España. La sala estaba vacía y la diputación, a precio asequible, alquiló el local para salvar al que hasta entonces había sido el comercio más pujante de Cáceres.

Paralelamente, en Capellanías abrieron el almacén de venta al por mayor y poco a poco la empresa remontó con otra tienda en Antonio Hurtado, otra en Mérida... hasta que en 1996 se reabre en su lugar original el nuevo Requeté, una empresa que llega a sumar 100 empleados. Pero la crisis económica que se vivió en España durante esos años también hizo mella, aterrizan las grandes superficies comerciales en Cáceres y el modelo de negocio se queda obsoleto. Sin remedio, El Requeté se enfrentó a un ERE. Ahora mantiene una tienda de telas en Cánovas y un almacén en Capellanías.

Ana, Eduardo Getulio, Beatriz, Javier, Carmen, Rocío, Lola, Esther y Josué continúan hoy el árbol genealógico que iniciara su bisabuelo, Getulio Hernández Moreno, aquel hombre que al salir de la cárcel convirtió el antiguo cuartel de los requetés en la tienda en la que todos querían trabajar, en la que todos querían comprar, con sus largas colas, con sus jovencitas en busca de la dote, con sus mil y una telas... El Requeté, la gran tienda de Cáceres, el indiscutible coloso comercial del tejido y la confección.