Joaquín Oiz Muedra, hijo de Celestino y de Fermina, nació en 1952 en Guadalupe, donde su padre era el administrador de Eusebio González, una empresa de producción de energía eléctrica (Eléctrica del Guadalupejo), que también se dedicaba al parquet y a la exportación de frutos, aceitunas y castañas. Además de Joaquín, que era el benjamín de la familia, el matrimonio tuvo otros cuatro hijos: Benita, Carmen, Paqui y Víctor.

Los Oiz estuvieron en Guadalupe hasta que a finales de los 60 trasladaron al padre a Iberduero, en Cáceres, que estaba en la calle Parras. Comenzaron a vivir en Alfonso IX, en el edificio Pimar, muy cerca de la escuela de la Montaña, donde estaban el bar Río, La Bombilla, El Cacharrín... y eran vecinos de Paniagua, que ahora trabaja en la Once. Joaquín hacía un curso de Contabilidad y Mecanografía en la calle de Correos porque el empeño de su padre era que se colocara en Iberduero, pero Joaquín, apenas 17 años, quería sacar fuera ese espíritu de trotamundos que llevaba dentro y decidió marcharse a Alemania, donde vivía su hermana Paqui.

De modo que hasta Kassel, a orillas del río Fulda, se fue Joaquín con su amigo Paulino de la Torre Gentil, que era un boxeador de padre comandante que trabajaba en Mecano, la famosa tienda de máquinas de escribir que estaba en la calle Moret. El primer trabajo que Joaquín y Paulino consiguieron en Alemania fue el de jardineros, pero duraron 40 días.

En la AEG

Paulino se metió entonces en Mercedes y Joaquín en AEG. Como eran unos enamorados de los coches se compraron a medias un Volkswagen hasta que Joaquín adquirió uno de aquellos Fiat Spider descapotables con los que te sentías el rey del universo. Pero la realidad, siempre tozuda, llamó un día a la puerta en forma de sellito en el pasaporte con el siguiente aviso: "Apto para el contingente". Volvió entonces Joaquín a España: el campamento lo hizo en Cáceres y el servicio militar en Plasencia, donde fue pernocta porque una de sus hermanas residía allí.

En 1975 se licenció, regresó a Cáceres y aquí comenzó su incursión en el mundo de la hostelería. Tenía Joaquín un amigo de Logrosán, Tomás Jiménez, que estaba estudiando para fraile y que era hijo del dueño del bar Los Angeles de Logrosán y de la discoteca Lord Yinn. Era Tomás una persona formalísima que animó a Joaquín para acompañarlo a un curso de hostelería y cocina que se impartía en el antiguo hotel Toledo de la avenida de Alemania. A Joaquín le gustó tanto aquel curso que al sacar el número 1 de la promoción decidió dedicarse al negocio hostelero.

Mantenía Joaquín una gran amistad con Germán Domingo Simón Serrano, al que en Cáceres todos conocían como El Socio . Germán era hijo de Rosita y de Afolfo, un panadero que llegó a ser con La Romualda uno de los accionistas de Unión Panadera Cacereña. Germán, tristemente fallecido, vivía cerca de Galerías Madrid y se casó con María, que era una de las hijas de Amador, el dueño del conocido Bar Amador de General Ezponda, donde ponían la mejor música de Cáceres y donde precisamente Joaquín y Germán se conocieron.

No tardaron en emprender juntos su aventura hostelera un día en que mientras estaban en la cafetería Delfos bajaron al estanco que había junto a Faunos para comprar un paquete de tabaco y vieron colgado el cartel de 'Se alquila'. Ahí empezó la historia: alquilaron aquel local de 35 metros cuadrados a Conejero al precio de 2.500 pesetas al mes para montar Joyger, (Jo de Joaquín y Ger de Germán), el primer burguer que tuvo la ciudad (abrió antes que Golden, que lo hizo en 1980) y que hizo furor en La Madrila de Cáceres.

Fue en Alemania donde Joaquín se comió por primera vez una hamburguesa, de manera que al darse cuenta de que en Cáceres casi ni Dios sabía qué era una hamburguesa, emprendió la aventura. En esa época funcionaba en España una cadena de hamburguesas llamada Los Bravos, cuyos locales estaban decorados en rojo y blanco. Siguiendo la estela de Los Bravos, Joaquín y Germán llamaron a Agustín Huebra, carpintero que había venido de Madrid y que traía algunas ideas innovadoras. Agustín fue el encargado de decorar, eso sí, en naranja y blanco, aquel antiguo estanco.

La máquina de hacer los perritos fue otro cantar, a Madrid fueron a comprarla porque en Extremadura no había quien la encontrara. ¿Y qué pasó con el pan, porque entonces en Cáceres ni se hacía pan de hamburguesas, ni tampoco de perritos?. De la mano de Unión Panadera llegó la solución. Hasta allí acudieron y tras muchas pruebas salió adelante el molde. ¿Pero faltaban el tomate y la mostaza? Con lo primero no había problemas, pero sí con lo segundo. Así que los dos socios se fueron a ver a Aquilino, el del Figón, y a los monjes de Guadalupe; y entre uno y otros salió la receta de la mostaza a granel. Finalmente y ya con los utensilios y condimentos a punto y tras una inversión de 215.000 pesetas, el 14 de febrero de 1976, Día de los Enamorados, abrió Joyger.

El éxito fue, claro, mayúsculo. Tanto que el primer día los 200 bollos que encargaron volaron en horas y los días siguientes tuvo que ampliarse esa cantidad a nada menos que 1.200 bollos por jornada. El negocio iba viento en popa. Advirtieron Joaquín y Germán que junto a su Joyger había otro local donde Enrique Visol tenía abierta una peluquería, que acabaron alquilando para ampliar su establecimiento a taberna inglesa.

Para decorarla tomaron como modelo Los Seis Peniques de Madrid o King de Salamanca, célebres tabernas inglesas. Avisaron al carpintero Agustín y lograron abrir este local exclusivo donde existían 24 taquillas en las que los clientes podían guardar sus botellas. Llegabas a la taberna, te pedías una botellita de whisky o de ginebra, que compartías con tus amigos. El camarero --Manolo Jiménez o Jacinto Maestre, entre ellos-- te daba una llave y si la botella no se terminaba la guardabas en la taquilla para la próxima cita. En la taberna se cuidó todo: el vestir de los empleados, la vajilla, la cristalería... Allí podías probar exquisitos irlandeses o descubrir el Tanqueray, el Cardhu, el Beefeater...

Caseta El Poderío

En ese intervalo, Joaquín y Germán abrieron la caseta El Poderío en el ferial y también se dedicaron a traer grandes espectáculos a la ciudad y a los pueblos: José Luis Perales, María Jiménez que estuvo en el Casar y aquello fue la bomba, Martes y Trece, Víctor Manuel y Ana Belén, Isabel Pantoja en pleno romance con Paquirri, Lole y Manuel, Triana, Lola Flores o Serrat, que llegó por mediación de Paco Martín.

Pasó el tiempo y Joaquín y Germán querían probar suerte con nuevos proyectos, alquilaron su taberna a Maribel Corrales, la famosa camarera de La Madrila, y montaron Charol en la plaza de Gante, una taberna de corte americano con sus cuadros en carboncillo y sus urnas de cristal de arriba a abajo, todas con cañas de bambú y flores secas. Eran los años del Keaton, que llevaba Guisado, del Bocoy de Ricardo Martín Durán, o del Woody, que montó Enrique, que había venido de Bilbao.

Pero los socios Joaquín y Germán no paraban de darle vueltas a la cabeza y un día, a través de Lucrecia, la hija de la propietaria de La Cañada, montaron una pista de verano con toque ibicenco y chozos hawaianos que fue otro gran éxito. Pusieron césped, tumbonas junto a la piscina y organizaron fiestas inolvidables.

Joaquín Oiz es padre de dos hijos, Patricia y Joaquín, y hoy se dedica al negocio del automóvil. Joaquín, quien junto a Germán El Socio convirtió a Cáceres en la ciudad de las hamburguesas y los perritos, con su taberna inglesa llena de taquillas personalizadas donde podías beber los mejores whiskys del mundo.