Durante la contemporaneidad, no ha sido Cáceres una ciudad especialmente castigada por acciones de guerra, al menos en lo relativo a la destrucción que estas implican en los espacios donde se desarrollan. Se libró, por los pelos, de ser masacrada por las tropas napoleónicas y supo salvar los muebles en la primera guerra Carlista. Si exceptuamos la toma, al asalto, de la ciudad el 17 de octubre de 1823, por las tropas liberales del Empecinado, que se saldó con fusilamientos, saqueos y destrucción de viviendas, la ciudad no sería escenario de ninguna acción bélica hasta el 23 de julio de 1937.

Sobre las 9.30 de la mañana del 23 de julio de 1937, en plena Guerra civil, cinco aviones republicanos sobrevolaron Cáceres descargando 29 bombas que dejaron 34 muertos y 78 heridos, la mayor parte de ellos personas civiles. Solo fallecerían dos militares. Los aviones, que habían despegado de la base aérea de Los Llanos en Albacete, eran conocidos como Katiuskas, bombarderos de fabricación soviética que utilizarían la guerra civil española como campo de pruebas. Al igual que lo hicieron los temidos Caproni 310, de fabricación italiana, o los Stukas alemanes, que fueron utilizados por el bando rebelde.

Las autoridades militares, al tanto de un posible ataque aéreo, habían dispuesto alarmas y lugares para ser usados como refugios antiaéreos, que no fueron suficientes ni eficaces para frenar los efectos del bombardeo. Entre los fallecidos había 8 niños y 26 adultos que representan la irracionalidad de la guerra

EL BOMBARDEO de Cáceres no cambió el rumbo de la contienda, ni afectó a supuestos objetivos como el Gobierno Civil, la Audiencia Territorial o el Cuartel Infanta Isabel. Desde el punto de vista operativo, el ataque fue una perfecta chapuza. Cayeron bombas en la ribera del Marco, en las afueras de San Blas o en mitad del barrio monumental. Solo en la plaza de Santa María hubo 20 muertos. Estas últimas serían las más letales junto a las caídas en el entorno de la plaza Mayor y la calle Nidos. Frente a los grandes edificios que se destruyeron, como el palacio de Mayoralgo o el propio cementerio municipal, el principal perdedor de aquel trágico bombardeo sería la población civil, como en todas las guerras.

Se abrieron suscripciones públicas para ayudar a los que habían perdido casi todo. El aparato de propaganda del régimen Franquista utilizaría el hecho para señalar la atrocidad producida por el ejército del Frente Popular. Para las víctimas no había patrias ni bandos que justificasen la destrucción de vidas y enseres. Para ellas, la guerra continuó siendo sinónimo de dolor, muerte y luto.