-«Se dice que en el principio era el verbo. Yo opino que era el gesto, porque todos lo entienden». La frase es de Maya Plisetskaya, bailarina que esculpía el aire, rusa de nacimiento y nacionalizada española, premio Príncipe de Asturias en 2005, que también dijo aquello de: «No os resignéis hasta el final, si estáis luchando, disparad». ¿Don natural y persistencia son las claves de la danza?

-Si no tienes talento es muy difícil desarrollar un arte como la danza. Pero eso será nada sin esfuerzo, que es el 80% de un bailarín. Solo con ambos se crea una comunión perfecta.

-Precisamente, uno de los hermanos de Maya, Azari Plisetski, exprimer bailarín del Ballet Nacional de Cuba, hablaba en un reportaje no solo del talento, sino de la importancia que tiene el trabajo. Así, en una de sus clases a jóvenes bailarines de cuerpos inenarrables, se elevaba como un auténtico león: «La pelvis hacia delante, el cuello erguido, de la nuca al coxis es vertical, quiero insistir en eso. Son ustedes profesionales, no tienen derecho a cometer esos errores. Quiero exigirles más calidad...», gritaba. Y es que sin el trabajo y el entrenamiento diario parece impensable llegar con el éxito deseado a los procesos de creación...

-Sin entrenamiento es imposible conseguir la meta que te has propuesto. Pero deja de ser una obligación y pasa a ser una filosofía de vida. No concibo un día sin ejercitar mi cuerpo, sin buscar algo más. El trabajo diario es el secreto de un bailarín. No es fácil mantener un cuerpo, que es contra lo que luchamos los bailarines: que el físico se mantenga y perdure lo más que pueda.

-En los entrenamientos de danza clásica hay un momento en el que la pianista vuelve a la carga sobre el teclado: «coupé, plié…» Es un bellísimo y emocionante recordatorio de la importancia de la transmisión de la tradición...

-En la danza clásica cada paso tiene un tiempo musical, un coupé no es igual que un jeté, por ejemplo, y es muy importante saber diferenciar todos esos matices que te brinda el maestro.

-Además de la clásica, está la danza contemporánea, ¿considera que hay que darle carácter innovador a la danza?

-Sí. La danza contemporánea representa nuestra era actual. Nos encontramos en un momento social en el que estamos rompiendo con muchos clichés. Trabajamos para buscar un idioma propio donde el bailarín, el coreógrafo, el intérprete... encuentren una forma de hacer entender al público el movimiento. No tiene sentido seguir moviéndonos como hace siglos porque no tenemos la misma sociedad. Antes era un movimiento más tranquilo y etéreo, hoy podemos jugar con la fuerza, con el sexo, con la pasión, con el enfado, con la alegría... con muchos sentimientos. Cada pieza debe ser romper con los esquemas establecidos.

-Después está ese interés que empieza afortunadamente a asomar: dotar a la danza de un elemento reflexivo. La danza como integración, la danza para concienciar del maltrato, de la homofobia, de la diversidad, de las enfermedades que asolan el planeta... ¿La danza es un buen antídoto para cambiar el mundo?

-No hay elemento más reivindicativo que mostrar los problemas de hoy sobre un escenario. No solo se lucha con manifestaciones en la calle, también se lucha con la danza, que es una de las armas más potentes, es un alivio para la sociedad. Por eso la danza cura.

-Ahora que comenta esto, me viene a la cabeza su paso por la obra ‘La prohibición de amar’ en el Teatro Real. En esa adaptación del drama de Shakespeare, Wagner mantiene tanto la reivindicación del amor sensual como el ataque a la represión fanática de la sexualidad hecha por una autoridad puritana e hipócrita. Es maravilloso, ¿no?

-Es una maravilla, sí. El director danés Kasper Holten mantuvo la esencia de Wagner pero le dio una vuelta, ironizando sobre los estereotipos actuales, sobre políticos como Angela Merkel, represiones que vivimos hoy en día, detenciones a gente que bebe en un botellón... Reinvindicar todo esto a través de una ópera es un regalo para el público y para quienes la interpretamos.

-O sea que llevaba razón Alejo Carpentier cuando aseguró que «el espíritu de la danza es inseparable de la condición humana»...

-Totalmente. Tu reivindicación se suma a la de la obra. Por eso el arte tiene tanto poder.

-Es un momento de innovación, títulos originales, adaptaciones de Broadway, de éxitos de ‘La, La, Land’... ¿la danza está saliendo del ostracismo?

-Sí. La danza entiende el mundo de hoy y lo lleva a las tablas. De manera que la danza, en mi caso, no solo es algo con lo que me muevo, es algo que me alimenta y me da de comer en muchos sentidos, me da la posibilidad de conocer cosas nuevas.

-Hablábamos de innovación, pero ya innovó Wagner con su ‘Tristán e Isolda’, esa música grandiosa en consecuencia con la trama trágica. ¿Qué hay que aprender hoy de los clásicos?

-Todo, y una vez lo sabes todo aplicarlo al tiempo actual siempre respetando el clásico, que es nuestra raíz, de donde venimos. Pero hay que versionar, entender cómo funciona el mundo.

-En la danza, indudablemente, la música es importante, pero también lo es el movimiento, al fin y al cabo es de lo que el público queda atrapado. ¿La virtud de la danza es bailar las palabras?

-Soy un bailarín que necesita el movimiento para poder hablar (se emociona). Son sentimientos que no puedo expresar con palabras, solo con movimientos.

-Aunque en esto del movimiento está la otra cara de la moneda. Algunos bailarines, de pronto, prefieren estar fuera de música, buscan dejar boquiabierto al público y pasan de la música en pos de la ovación, la proeza, una pirueta más... ¿Hay que llevar un mensaje artístico y no meramente técnico al espectador?

-Se nos ha olvidado lo que es vivir. Me parece impresionante el virtuosismo de un bailarín, pero más allá de la pirueta hay que remover al espectador, hacerle sentir, vivir cosas nuevas, ver un mundo diferente.

-De modo que un espectáculo de danza es una obra mucho más indestructible que un cuadro, porque está en su interior...

-Lo bueno de la danza es que es un cambio constante, no es algo estático, hoy serás alguien diferente al que fuiste ayer.

-Claro, porque la danza tiene mucho de interior. De nacer con ella. Fíjese, en Tanzania existen rituales de bienvenida para atraer la lluvia, y de fertilidad, en el que las jóvenes escogen varón mientras percuten grandes tambores, saltan con ellos entre sus piernas y las pieles de mono tremolan sobre sus hombros, como estandartes batidos por una femineidad abrumadora. De modo que en Tanzania interpretan sin pausa polifonías a las que los blancos intentamos sumarnos torpemente. Y aquí nos creemos tan occidentales, tan perfectos...

-Esto me recuerda a una masterclass que tomé hace un par de semanas cuyo profesor había conocido a una japonesa que le dijo que aún siendo impresionantes los movimientos que hacíamos en Occidente, ella los sentía vacíos. Más allá de buscar la estética hay que buscar el verdadero sentido del movimiento, de dónde viene, por qué alguien pensó que haciendo cuatro piruetas conseguiría que la lluvia llegaría a sus tierras.

-Luego está el asunto de las ayudas, de la actitud del Gobierno español. Solo Berlín se gasta más en danza que toda España. Madrid es la única capital de Europa que no tiene un teatro con compañía propia. ¿Qué opina?

-En cada compañía del mundo hay un español. ¿Si tenemos tal cantidad de bailarines triunfando fuera, no podríamos pensar durante un momento que deberíamos apoyar a nuestros artistas para que puedan desarrollar un proyecto en nuestro país? No hay apoyo. Hay una compañía nacional y ya está. Es muy triste que tengamos que estar buscando trabajo fuera. Es una lucha conseguir hacer más de un bolo al mes, y seguir viendo que el 21% de IVA continúa en tu contrato, el 19% de IRPF... Y mucha gente se retira porque no llega. Que nos corten así las alas, que castiguen a la danza por dinero cuando nosotros entregamos lo mejor de nosotros mismos es muy injusto.

-Sí, es un poco lo que decía Mónica Runde, una de las pioneras de la danza contemporánea en España: «En nuestro país el público de la danza contemporánea es escaso y elitista, mientras que en otros países llevan muchos más años produciendo y programando danza y eso lo hace un arte más popular. Solo hay que pensar que en Alemania ya tenían escuelas oficiales de danza contemporánea en los años 20, en Ciudad de México en los 40 y en Madrid no hemos tenido esa especialidad en los conservatorios hasta el año 2000»...

-Nadie puede responder mejor a esta cuestión que mi amiga Mónica Runde. Sin fondos es muy difícil atraer público nuevo. Hay ideas pero muy pocos medios para llevarlas a cabo. Tampoco hay una educación para que en los institutos se impartan clases de danza. Miras al resto del mundo y ves que tienen la danza no solo como un bien cultural sino como una parte de la sociedad.

-Así que es una profesión dura, para bailar y para enseñar...

-Yo soy un afortunado, desde que me gradué en la carrera no he dejado de tener trabajo y se ha ido multiplicando. Decidí arriesgar, ir a por todas, estoy muy contento con la decisión que tomé, me reafirmo en ella cada día que me levanto. Pero es difícil y muy sacrificado. No tienes un contrato fijo, hay que audicionar cada dos meses para conseguir comer ese mes, saber que tienes valía y no encuentras trabajo, ver a compañeros tuyos poniendo copas porque no hay compañías...

-En el terreno de la danza más experimental hay una pieza, ‘Por una manzana’, en la que participa. Es una propuesta nada convencional del más absurdo comportamiento de los seres humanos, ya sea para hacer el amor o para provocar... ¿Eso es danza?

-Claro. Es una forma de llegar a públicos más minoritarios, de enseñarles que la danza, además de movimiento, es sentir.

-Tuvo la fortuna de participar en ‘Norma’, la ópera de Bellini que subió al escenario del Teatro Real, donde no se había representado desde hacía más de un siglo. ¿Qué mujer se atrevía, como Norma, a decirle a su padre: «ama a mis hijos, a los que consideras hijos del pecado»? Es una idea revolucionaria...

-’Norma’ es mi ópera favorita y para mí fue un regalo. Se hizo un montaje muy de verdad, desde las entrañas. A día de hoy se tienen que seguir haciendo este tipo de obras para enfatizar en la igualdad y los derechos de las mujeres, una mujer con poder, fuerte y con decisión.

-También participó en ‘Fidelio’, que es una de las obras más importantes de la historia de la música. La ópera de Beethoven, también en el Real, es un texto que nos enseña cómo a través del dolor es posible conquistar la libertad. ¡Qué hermosura!

-Es una preciosidad. La sensación de libertad que se respira en esa obra es gigante. El libreto es impresionante porque defiende que lo importante no es de dónde vengas sino hacia dónde vas; y que seas libre.

-Y luego estaba ‘Alcina’, ese momento en el que la ópera mágica de Händel, convertida en una alegoría de la fantasía y la pansexualidad, llegó al Teatro Real. Handel ya habló de pansexualidad... Y, mire, nos creemos modernos...

-Está todo inventado. El verdadero mensaje es que no importa a quién ames ni cuál sea su sexo sino disfrutar de ese amor. Es una maravilla llevar la diferencia al escenario.

-El coliseo madrileño acogió el estreno de una monumental versión de ‘El holandés errante’, la primera ópera wagneriana de Wagner. ¿Cree usted que hay que asesinar al capitalismo?

-El capitalismo fue una herramienta para construir un mundo nuevo, pero ha perdido el norte. Hemos vuelto a un estado feudal, con una jerarquía donde los que tienen, tienen, y los que no tienen, no tienen nada. Representaba en esa obra a un guardián de la India que vigilaba a los montadores de barcos. Es una putada, es la imagen del capitalismo: tú estás en casa tomándote una cerveza mientras en la otra parte del mundo hay otra persona desmontando un barco sin seguridad, jugándose la vida en condiciones miserables. ¿Qué estamos haciendo si la sociedad se ha convertido en un gran funcionariado?

-Y tras su paso por ‘La villana’ en el Teatro de la Zarzuela, ahora se nos va a Dinamarca...

-Me voy con la coreógrafa danesa Signe Fabricius para desarrollar Jesucristo Superstar, un musical que es una maravilla y que estrenaremos en abril.

-Así que usted es otro joven valor extremeño que se nos va...

-Nunca he sido profeta en mi tierra. Nunca he tenido la oportunidad de bailar en Cáceres, excepto con Karlik Danza. Es muy triste. En Badajoz tengo bastante trabajo y me llama la atención que en mi ciudad, no. Volvemos a la fuga de cerebros. Tenemos que ayudar a la gente joven a que continúe trabajando para que siga subiendo el caché de nuestra maravillosa tierra.

-Para terminar lo vamos a hacer con un verso de Pablo Neruda que tiene que ver precisamente con esto de marcharse y que dice así: «El mundo es una esfera de cristal, el hombre anda perdido si no vuela, no puede comprender la transparencia»...

-Como intérprete y como persona uno de mis sueños es poder viajar por todo el mundo bailando. Si los artistas no voláramos, el mundo estaría muerto. Hay una necesidad innata de volar... de volar en cualquier cielo.