Los hermanos Pablo y Eulogio Baz Marcos trabajaban por su cuenta en una pedrera del paraje de Santa Ana (hoy CEFOT), donde extraían cal blanca para venderla a los hornos que proliferaban en Cáceres. Eulogio era soltero, de 51 años. Un día, al volver a casa de su hermana Paula, mujer viuda con la que vivía, le avisaron de que la Guardia Civil había ido a buscarle. «Se arregló y se fue al cuartel sin más. Nunca volvimos a saber de él», relata Fernando Baz Márquez, sobrino de Eulogio e hijo de Pablo, que a sus 84 años rememora aquel drama familiar. «Luego se conoció que lo habían llevado a la cárcel vieja. Cuando mi familia quiso darle comida, le dijeron que allí no estaba. Todo fue muy rápido. A los pocos días, el 5 de enero de 1938, le fusilaron». Fernando cuenta los pocos detalles que trascendieron. «Era un niño y no recuerdo nada. Mi padre apenas hablaba de aquello. Lo que sé me lo fue diciendo mi tía», reconoce.

La confirmación de la muerte les llegó de una manera trágica. Un primo de la familia, que era enterrador, introdujo los cuerpos de aquel fusilamiento en la fosa común y reconoció a Eulogio y a otro primo, Julián Baz, minero, muerto ante el mismo pelotón.

Eulogio no trabajaba en la mina y no se le conoció ninguna afiliación, salvo a UGT como trabajador. Quizás su habilidad con las cargas, quizás alguna rencilla... «Nunca hemos sabido por qué lo mataron», concluye Fernando.