La muy veterana Compañía del Temple escenificó en la templada noche dominguera de Las Veletas una original puesta en escena de la archiconocida comedia calderoniana La vida es sueño.

La dramaturgia efectuada fue bastante fiel al autor barroco, salvo algunas ‘morcillas’ de varios personajes secundarios, como guardianes de una inexistente Torre, «donde yace esa fiera de los hombres y ese hombre de las fieras», simplificada en un cambiante camastro para el protagonista Segismundo, muy bien interpretado por José Luis Esteban: una buena recitación del nada fácil verso culterano, con perfecta dicción castellana y matizada entonación, salvo algún monólogo inicial, bastante lento y plano. Quien le ganó en asepsia emocional fue el actor Yesuf Bazaam, que encarnó a su padre, el implacable, muy caduco y frío rey Basilio; sus cortesanos discretamente caracterizados e interpretados: su sobrino Astolfo (Francisco Fraguas) y su prometida Estrella o Encarni Corrales. Brillaron más los advenedizos Rosaura, bastante suelta y sobre todo su acompañante el Gracioso Clarín, que arrancó bastantes risas en el respetable y eso que fue la única víctima de la decisiva batalla final, tras la que el secuestrado y soñador Segismundo recupera el juicio y su legítimo trono.

La demasiado elemental escenografía solo contaba con unos cuantos módulos, a modo de cambiantes pasarelas o camastros, que unían y desunían a voluntad, incluso cuando estaban recitando otros algunos monodiálogos; pero sí permaneció estático y poco usado el sillón rojo, que hacía de anhelado trono, al lado de un templete con un músico que no cesaba de acompañar con la flauta, el tamboril y el tambor las escenas más dramáticas o más significativas de esta conocida y más que tradicional historia barroca, muy alegórica, llena de filosofía senequista o de visión pesimista, muy onírica y escéptica de la vida, la muerte y el comportamiento humano.

Así y todo es conveniente soñar o ilusionarse para intentar realizar nuestros sueños, como decía el desconcertante protagonista Segismundo, el cual, tras muchos avatares, logra coronarse, al actuar muy juiciosamente, reconciliándose padre e hijo y así venciendo su natural y presagiado carácter violento, «escrito en las estrellas».

Resaltaron mucho el carácter simbólico de la obra, concretado en muchas alusiones mitológicas y teológicas, en varios objetos de atrezzo como la espada portada por Rosaura, heredada de su padre Clotaldo, (buen actor Félix Martín), algunos retratos identificativos: así usaban la anagnórisis o reconocimiento final, de la identidad de algunos personajes como la atractiva Rosaura, disfrazada de hombre. Por cierto, sus ropajes en general bastante estrafalarios e intemporales y con maquillajes algo extraños. Con todo, se consiguió un meritorio y raro espectáculo, bastante original y elaborado, que nos hizo vibrar con la poética belleza e intriga calderonianas, muy bien dramatizadas y largamente aplaudidas.