La gran noticia del verano ha sido el atentado terrorista de Barcelona. Es lógico y normal que se le haya dedicado el espacio que merece en los noticieros. La cercanía en el espacio hace que sea, aún más, noticia importante para nosotros y tenga consecuencias emocionales fuertes, además de llevarnos a actuaciones que nos hagan sentirnos más seguros, como el caso de Cáceres y otras ciudades, que ya han colocado maceteros a la entrada de los espacios públicos de mayor concurrencia.

Hemos desayunado, comido y cenado con otras muchas noticias. Pero a veces las noticias no sólo llegan por los medios. Han pasado por Cáceres, para hacer ejercicios espirituales y recuperarse un poco, tres religiosas misioneras, Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, que debieron salir como pudieron de Centro África. Las noticias que han traído y sus vivencias merecen primera página.

Este verano, la guerra civil en la que está sumido el país centroafricano se ha recrudecido y derivado en guerra de religión. Selekas --musulmanes-- y Antibalakas --cristianos-- asesinan, ambos, con gran violencia, sin distinguir milicianos o civiles, niños o adultos. «Cuando salíamos por agua, los disparos nos hacían volver a entrar y tirarnos al suelo», comentan. «Lo que más pena nos da es que el curso escolar debería haber empezado en la misión --más de mil quinientos niños, cristianos y musulmanes-- y nosotras aquí», porque ellas están dispuestas a volver a Centro África en cuanto pase el peligro.

El obispo de Bangassou, español, Juan José Aguirre, sigue allí. Con su vida protegió de la muerte a más de 2.000 musulmanes civiles, los acogió en el propio seminario y, aunque alguno, mientras él se ausentó a la capital para recoger ayuda humanitaria enviada desde España, se dedicó a destrozar las instalaciones, él sigue empeñado en proteger sus vidas por encima de todo.

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