Tras dar ayer la bienvenida al invierno abrigados con espumillón (tampoco hacía falta mucho más), hoy amanecemos con la resaca propia de los resultados de unas elecciones que han tenido más polémica de la necesaria, y -confiamos- menos repercusión mediática que las elecciones anteriores.

Con más o menos interés en el escrutinio de los comicios, las noticias políticas catalanas se mezclan hoy con un soniquete muy particular y que -inevitablemente- nos traslada a tiempos de niñez.

Hoy viernes 22 de diciembre, recordamos cómo vivíamos antaño la mañana de la lotería de Navidad, cuando sin medir más de dos palmos, desayunábamos a ritmo de bombo, seguíamos en pijama y bata el sorteo, y dábamos ‘el parte’ con más celeridad que los propios locutores.

Así nos tenían entretenidos mientras se ultimaban los preparativos del reencuentro familiar. A menos de dos días de la cena anual en familia por antonomasia, el abuelo ajustaba el sonotone para seguir a dos voces -radio y tele- cada número que se cantaba y en sus manos portaba el décimo del barrio, del club de mus, y de las dos parroquias (de la iglesia y el bar de al lado), así como los enviados por los amigos que aún le quedaban al otro lado del país.

La esperanza de un reintegro flotaba en el ambiente del comedor y se extendía hasta la cocina entre el bullir de las cazuelas y el aroma de los guisos. El cocinero/a ajustaba el volumen del transistor que vibraba con el particular cántico de las voces de los niños de san Idelfonso; y en ocasiones se escuchaba el grito del vecino al son de «¡María, que ya han cantado otro quinto!».

La mañana del 22 de diciembre sigue siendo prácticamente la misma, salvo que los niños con batita son otros, y seguimos -como buenamente podemos- el ritmo del sorteo, deseando poder brindar al final de la jornada por haber ganado algún premio; continua el abuelo pendiente del bombo -por tele, por radio y ahora también por smartphone-, con sus décimos parroquiales en las manos, el del pueblo, el del barrio y el que compró en unas vacaciones del Imserso; y -como no podía ser de otra manera- escucharemos gritar a ese vecino «¡María, que ya han cantado otro quinto!».