La cuesta de enero -que arrastramos desde septiembre- viene con el frío propio de la estación que tantos echaban en falta, con bufandas, guantes y forro polar. La cuesta viene con las lluvias que obligaron a adelantar muchas cabalgatas la pasada semana y que hicieron bailar -por un momento- a las ramas de los árboles y a las hierbas del campo. Y fue tan sólo por un momento, porque la cuesta de enero vino con nieve, con carreteras cortadas, con negligencias, negligentes y dedos señalando culpables de manera bidireccional. La cuesta comenzó con los episodios catalanes, las intervenciones madrileñas y las réplicas belgas, todo documentado con vídeos por Skype, mensajes por Twitter y cortes de manga por las redes sociales.

La cuesta de enero no se reduce aunque llegue con las rebajas, con los duros a pesetas, con los carteles de «todo al 50%», con el alivio del «2x1», del «3x2» y del «ayer te vendimos 2+2 por 5, hoy por 4, mañana por 3». La cuesta siempre cuesta, porque anuncia sus subidas: la de luz, la del agua, la del gas, la de propósitos y la de kilos al subirnos a la báscula. Más que ‘cuesta’ en sí, más bien es una ‘montaña rusa’; una atracción de feria en la que los ocupantes no subieron a los vagones voluntariamente y que funciona con una puntualidad que ya quisieran nuestros trenes -hoy indignos, mañana también-.

La cuesta levanta pesas, se hace runner, reduce calorías y adelanta la operación biquini, nos apunta al gimnasio, a rutas senderistas, a clases de yoga o acaso de taichí; la cuesta retoma libros, estudios, oposiciones, lápices del 2 y din-A-4, mientras desempolva apuntes y libros descatalogados. La cuesta nos vuelve caseros, ahorradores, coleccionistas de descuentos y amantes de las ofertas del último minuto; nos cierra el monedero, nos cose los bolsillos y nos esconde las tarjetas hasta final de mes.

La cuesta rellena curriculums, responde a anuncios, obliga a actualizarse y cierra entrevistas laborales temporales con las que aumentar el groso de vida laboral.

La cuesta de enero -que arrastramos desde septiembre- es la excusa del propósit, y llega con el frío propio de la estación que tantos echaban en falta, con bufandas, guantes y forro polar: la cuesta, cuesta.