Una de las más famosas colinas de la antigua Roma, de aquellas que formaron la Liga del Septimontium para establecer la urbe, fue el Aventino; por un hecho sorprendente que hoy nos parecería normal y corriente, demostrando que la Historia se repite; o, al menos, que se enrosca sobre sí misma, por las mismas causas y con las mismas consecuencias, a pesar del transcurso de los siglos.

Descontentas las clases plebeyas de la vieja Roma con los abusos y desaires de los patricios, decidieron en asamblea declararse en huelga general y retirarse pacíficamente el monte Aventino, abandonando todas las tareas y trabajos que solamente ellos realizaban; con lo cual la urbe apareció sucia, embarrada, con sus foros y vías llenos de podredumbre maloliente que ensuciaba las sandalias de los orgullosos Patres Patriae, y apestaba incluso en los barrios más pudientes.

Así no eran posibles los desfiles de lictores, portando los lábaros e insignias de cónsules o pretores; cuando se trasladaban ostentosamente a las curias o a las basílicas en las que se reunía el Senado o se debatían las leyes de la urbe. Tampoco podían recorrer Roma los devoti o servos de los altos funcionarios - ediles o tribunos- de las más destacadas ‘gens’ patricias; y la seguridad de las calles era más que discutible.

Hoy, esta situación se repite con insistencia, en todas las grandes urbes de nuestro mundo moderno y los trabajadores de todos los sectores ciudadanos: médicos, abogados, jueces, taxistas, mujeres y jubilados, se echan a la calle para reclamar y exigir derechos o retribuciones que compensen con justicia y equidad sus desvelos y trabajos.

Los habitantes de la antigua urbe ya se dieron cuenta de que una «ciudad» no es solamente el conjunto de sus edificios, de sus vías y calles, de sus plazas y jardines; la belleza de sus monumentos o la «urbanidad» de sus vecinos y residentes. Sino también una serie de servicios públicos, bien organizados y financiados, que hicieran posible la convivencia, la tranquilidad y la libertad de sus habitantes. «Civilizar consiste en enseñar a convivir solidariamente a los miembros de cualquier tribu», decía un viejo maestro de Historia- y para ello hay que enseñar educación.

Los patricios romanos acabaron aceptando las reivindicaciones de los plebeyos: Siempre habría en la ciudad un ‘tribuno de la Plebe’ -con túnica praetexta y autoridad en la curia municipalis- que cuidara de todos los servicios necesarios para la vida ciudadana; con capacidad para derramar impuestos entre los vecinos residentes con los que sostener las cuadrillas de ‘servos municipii’, como encargados de mantenerlos y mejorarlos.

Desde aquella lejana época de inicios de la civilización ha habido muchas retiradas al Aventino; sobre todo en ciudades democráticas, como lo fue la República de Roma -SPQR -. Pero los acuerdos para mejorar los servicios públicos municipales parecen cada vez más difíciles de establecer; porque ahora ya no son servicios, sino negocios; y los intereses que los animan, ya no solo dependen de los plebeyos que los desempeñan, sino de las empresas que los subcontratan y de los concejales -ediles- que redactan los concursos de explotación.

Entonces, los propios ediles se hicieron con cuadrillas de siervos -‘esclavos’ - para que trabajaran incesantemente de sol a sol, simplemente por su alimentación y alojamientos. La esclavitud era legal y estaba respaldada por el Derecho Romano. Actualmente se siguen utilizando esclavos mal pagados, con contratos abusivos y con salarios miserables que no respalda ningún ‘derecho’; pero que las ‘reformas laborales’ han dado la apariencia de legalidad.