Hace unos años visitamos un pueblo cacereño que cuenta con un estimable patrimonio artístico y monumental. Cuando, tras haber recorrido el lugar y contemplado los vestigios que la historia ha dejado en él, decidimos entrar en la iglesia, tuvimos que esperar un largo tiempo hasta encontrar al depositario de las llaves. Como suele suceder, una vecina nos señaló el domicilio pero no estaba el encargado. A mí me parece que las llaves se las deberían dar a las vecinas, que son las que siempre están en casa. Por fin nos enseñaron la iglesia de la que no nos dieron ninguna explicación hasta que al llegar a un altar que presidía un gran Crucificado nos ilustró: «Es un Cristo barroco, que como su nombre indica quiere decir que está hecho con barro cocido».

Para ser justo también debo decir que en la visita a la llamada Capilla Sixtina extremeña tuvimos la suerte de seguir a una guía que nos hizo una documentada y prolija descripción del monumento. Durante mucho tiempo la riqueza monumental de nuestra tierra ha estado escondida para el gran público, incluidos los extremeños, y solamente algunos escasos y beneméritos investigadores se han preocupado inútilmente de ella. Pero afortunadamente desde hace unos pocos años algunos ayuntamientos han tomado conciencia de la importancia del turismo y están dedicando esfuerzos y dinero para mejorar sus ofertas.

En Cáceres, como reconocen los visitantes, se están dando importantes pasos en la mejora del trato al turismo. Un espacio de reconocimiento merecen los guías. Hoy día, cualquier turista tiene unas sabias explicaciones de la historia y las características de cada edificio, de la historia de la ciudad y de las posibilidades que le deparan la ciudad y sus alrededores. Algunos adornan sus discursos con una chispeante relación de anécdotas, leyendas y curiosidades que hacen muy amena la visita. Es verdad que aún nos queda mucho por mejorar pero no sería justo dejar de reconocer los progresos que se han hecho en estos pocos años.