El personal tiene la piel tan fina y la corrección política ha llegado a tales cotas que es imposible hacer una gracia o contar un chiste sin correr un grave peligro. Con suma facilidad pasas a ser un clasista, un racista, un homófobo o un machista, e incluso puedes ir a la cárcel o a la hoguera por blasfemo. Así pues están prohibidos los chistes sobre gitanos, negros, amarillos, homosexuales, mujeres y curas. No sé qué hubiera sido de la comedia griega y latina, de Quevedo y de Jardiel Poncela, de Wenceslao Fernández Flores o Ramón Gómez de la Serna, aunque imagino el destino que le depararían a Gila sus bromas sobre los paletos, la guerra y su mujer.

El humor, del que Mihura decía que «es un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone uno en el sombrero, un modo de pasar el tiempo», ha sido una válvula de escape durante la dictadura, un instrumento para elevar la mugre a categoría, un homenaje al absurdo, una crítica de nosotros y nuestras creencias, un alejarse del personaje para ver el lado oculto, lo que no se ve, un confundir el mundo, ponerlo al revés.

Pero se debe tener mucho cuidado de quién se burla uno. Quizás puedas hacer una gracia sobre los animales pero no se te ocurra mencionar a las zorras. Acaso te induzcan a lanzar bromas los números pero no te refieras al sesenta y nueve y no seas imprudente llamando la niña bonita al número quince pues tengo entendido que no le gusta que le digan piropos. Puedes referirte a los políticos siempre que, como Casado, apostilles que no es un insulto sino una descripción. Solamente nos queda reírnos de nosotros mismos, cosa que no está al alcance de todo el mundo, y de los hombres, que como dicen que una vez fuimos el sexo fuerte, aún lo aguantamos todo. Por ejemplo: «el Día de la Mujer, Paco salió a buscar a su esposa pues se había ido a la manifestación sin decirle donde estaba la cocina» Aunque no sé si el lector (perdonen, pero soy un antiguo que sigue utilizando el lenguaje inclusivo) se reirá o llorará.