Las elecciones ponen a prueba, entre otras cosas, la maquinaria de los partidos, su democracia interna y las capacidades políticas y de gestión de sus militantes. La maquinaria actualmente está en manos de publicistas, la democracia interna ha sido suplantada por el dedazo y los partidos han salido a la caza de los independientes lo que pone en duda los méritos de los militantes. Sin necesidad de poner en duda las capacidades de algunos independientes hay que partir de que un independiente es alguien que no quiere participar en la vida política activamente desde dentro de un partido sufriendo las vicisitudes de la militancia, que no conoce el funcionamiento de los partidos ni la dinámica de la vida política y que solamente accede a la participación si se le garantiza un puesto relevante. Un militante es alguien que hace el trabajo diario, sin que trascienda a la opinión pública pero de vital importancia para la salud del partido, que conoce los difíciles vericuetos por los que discurre la vida política y que ha sacrificado mucho tiempo demostrando su interés por la vida pública. Si la opinión del militante no vale nada a la hora de elegir candidatos de su circunscripción por prevalecer el dedazo, si su trabajo es despreciado para premiar a un desconocido en la vida política, si la meritocracia es sustituida por el revanchismo, el amiguismo y las recompensas, habrá que preguntarse si es conveniente ser militante. La conclusión es que el papel del militante es irrelevante de manera que los partidos que, a pesar de sus defectos, son el mejor de los instrumentos conocidos para conseguir una democracia representativa, tienden a desaparecer subsumidos por la imagen, la cartelería, la búsqueda de titulares periodísticos y la concentración de poder y decisión en unas pocas manos. Unos ordenadores y expertos en redes sociales serán suficientes para satisfacer los deseos del jefazo.