Llegan las ferias y con novedades. La más inmediata es la ausencia de apuestas en el concurso hípico, algo que estaba anunciado desde hace tiempo y que no han sido capaces de solucionar. No sé si será el fin de un acontecimiento con tradición en la ciudad. Tan tradicional como las corridas de toros que casi siempre venían acompañadas de lluvia y que estas ferias serán un quiero y no puedo con una sola corrida de escaso atractivo para los aficionados. Algún día tendrán que encontrar un destino a ese edifico colosal que es la plaza de toros apenas utilizado durante el año. No menos reflexiones requiere el tema de las casetas. Comenzaron como imitación a las ferias andaluzas promovidas por los distintos clubs recreativos de la ciudad y servían para lucir faralaes y trajes camperos al son de las sevillanas. Proliferaron a pesar del polvo del lugar y el poco esmero en las comidas. Hoy han quedado reducidas a menos de la mitad. Algunos caseteros echan la culpa a la feria de día que se celebra en el centro de la ciudad y no les falta razón pues de esta manera los ciudadanos no necesitan utilizar el auto, con peligro de controles de alcoholemia, y pueden circular libremente por muchos establecimientos.

De manera que las casetas han quedado para la juventud preferentemente, aunque algunas, como la de Andalucía, se resisten a reciclarse o desaparecer y el resto sobreviven casi exclusivamente con el consumo de copas y ello a pesar de que algunas se esmeran en las comidas . Pero no estará de más que consideren si la selección y el estruendo de su música no ha contribuido a su ocaso. La sociedad evoluciona como lo demuestra que la feria, que nació para la compraventa de ganado y el deleite de los niños casi circunscrito al circo, la noria, las barcas, ¡el tren de la muerte! y los coches chocones, hoy, deaparecido el ganado, ofrece decenas de diversiones infantiles, bares de copas y ruido, mucho ruido. Aunque siempre nos quedará Gorgorito.