Cada vez son más frecuentes y ruidosas las algaradas de jóvenes - muchas veces, casi niños - que se lanzan a las calles y plazas de nuestras ciudades para protestar con «caceroladas», griteríos, ruidos y petardos contra la situación desesperada del planeta Tierra, a punto de fenecer - según informaciones y alarmas muy rigurosas - ante la desidia de las autoridades, de los encargados del «medio ambiente» y de las grandes corporaciones industriales que, para salvar y acrecer sus beneficios, no dudan en seguir inundando el mar con basuras, detritus de todas clases, venenos químicos contra plantas, insectos, aves y demás especies de la vieja «creación». Que ya el «neoliberalismo» - insensible a los gritos de socorro de la Naturaleza - ha convertido en simples etapas de la evolución global del Universo; que paulatinamente - quizá más rápido de lo que ellos piensan - ira trasformando los mares y continentes de esta amada Tierra en «sepulcros industriales» de lo que fueron preciosos paisajes de frescor y vida; de dulces trinos de aves e insectos, o de brillantes ocasos del sol y amaneceres reflejados en el firmamento.

La vida se muere. Asfixiada por gases letales, necesarios para incrementar la productividad, reducir costes y aumentar los dividendos bursátiles Se muere atascada de plásticos, de restos industriales, de excesos de producción que se destruyen - tirándolos a contenedores y vertederos - para no bajar los precios del mercado y asegurar beneficios. Aunque haya gentes, familias y niños que mueran de hambre, de frío, de abandono o de tristeza, al no contar ya, ni siquiera, con el comportamiento caritativo de sus congéneres.

El «Sistema Económico», que regula la producción, la distribución y el consumo de los bienes y servicios destinados a mantener las necesidades de la sociedad humana, su bienestar y las justas ganancias de quienes los producen y distribuyen; se ha subvertido y degradado en los últimos siglos, al ser sustituido - yo lo llamaría: al ser «degradado» - por un avariento «Sistema Financiero», que sólo considera «económicos» aquellos procesos que producen beneficios mercantiles; ganancias dinerarias, rendimientos bursátiles, «primas» bancarias o «superávit» en los presupuestos industriales. Es decir: todo lo que sea «amasar dinero» para beneficiar a quien lo vaya acumulando.

Los viejos «valores humanos», fueran éticos o religiosos, han quedado en las «trastiendas» y «desvanes» - llenos de miseria y podredumbre - de las Corporaciones Financieras, de los «lobbies» industriales o de los «fondos buitre». Los que dinamizan, con sus «cambalaches» y «trilerías», este «capitalismo salvaje» que imponen los actuales gestores del «bienestar social», del «crecimiento y desarrollo» o de la tergiversación de los derechos humanos.

Ya no importa lo que se produce ni quién lo produce. Solamente, si hay beneficios o no. A ninguno de los grandes «gurús» de la economía les importa si hay justicia y equidad en el trabajo, en las fábricas, en los servicios públicos o en la atención a las necesidades humanas. Solo les interesa comprobar que no haya «déficit» en el PGE con relación al PIB; porque ese «déficit» significaría aumento de la «prima de riesgo» entre las entidades financieras; «rescates bancarios» o aumentos de deuda pública. En definitiva, significaría bajada de los «tipos de interés» para los acreedores del Estado, disminución de las «primas» y posibles «impuestos» a los grandes capitales y entidades financieras; que ya no podrían ganar tanto como antes.

¡Un drama¡ Pues, lo realmente grave en estas economías «neoliberales», no es que haya enormes diferencias entre ricos y pobres. Que haya una creciente cantidad de familias que no puedan sostenerse con sus salarios, que no se puedan pagar las «pensiones» o los servicios sociales. Sino que los «capitalistas» no se sientan debidamente remunerados y cesen de aportar préstamos o créditos para sostener la corrupción de la viven sus políticos.