Qué versión más terruñera y sangrantemente cruel presentó la joven compañía extremeña Atutiplan, bastantes de sus actuantes formados en la ESAD cacereña, de la lopesca Fuente Ovejuna. Convirtieron a este inmortal drama, uno de los más universales no sólo del teatro español, sino de la escena universal, cuyo 400 aniversario de su estreno se celebraba, en una muy cruel tragedia, de lo más localista, y de recio sabor extremeño tanto en su dicción, como en las costumbres, canciones y hasta atuendos u objetos usados.

En lugar de los abusos tiránicos del Comendador Fernando Pérez de Guzmán, alguna vez citado, éste se transformó en un generalote gordinflón, doble de Franco, cuyas barrabasadas bélicas se centraron en episodios de nuestra incivil guerra del 36, narradas por radio, con un chocante y manipulador anacronismo. Estas osadías dejó cariacontecido y con él a buena parte del público, que no rechistó en casi toda la función, como no fuera para reír alguna escasa gracia del poco gracioso Mengo: éste fue objeto de unas bromas eróticas al principio y después bastante serio y marginal. Hubo otros anacronismos gratuitos como el uso de un móvil como grabadora o la utilización de modernas armas de guerra y de tortura. Lo cierto es que las muchas escenas crueles y sangrientas, influidas seguramente por el artaudiano teatro de la crueldad, con abundante sexo explícito abusivo, no certificaron exactamente un «montaje contra el machismo», como alegaron en la prensa dichos actuantes, sino más bien resultó un alegato contra el libertinaje militarista y además desde una cierta postura política prorrepublicana: lo delatan bastantes gestos, vestimenta y especialmente el espurio final, en el que los de Fuente Ovejuna aparecen muertos como en una checa, cuando los Reyes Católicos, que mandaron pesquisidores a dicho pueblo cordobés para identificar al responsable de dicho asesinato, tras torturarlos, solo encontraron la conocida y pactada respuesta «Fuente Ovejuna lo hizo. Y quién es Fuente Ovejuna? Todos a una»; pero los Reyes Católicos, según crónicas históricas, perdonaron a dicho pueblo, no los masacraron.

Como contraste estuvieron logradas alguna simpáticas escenas costumbristas campesinas o pueblerinas del primer acto, intercalando tradicionales canciones de sabor extremeño, como en la boda de la pareja principal. La interpretación de las actrices rayó a buena altura, especialmente la de Laurencia y sus amigas, mejor que la masculina, salvo la de Frondoso y el alcalde, porque no gustó la sobreactuación del desfigurado antagonista Comendador-comandante y su ayudante Flores. Y conste que el acertado vestuario muy estilizadamente rural resaltó bastante su buena caracterización.

Una muy sencilla escenografía de un supuesto y multifuncional castillo del tirano del pueblo, con buena iluminación y eficaces intervenciones sonoras suavizaron tan tremenda tragedia, que mantuvo en vilo al respetable, pero al final fue bastante aplaudida. Salieron también a saludar el director-adaptador José A. Raynaud y ayudantes de su buen equipo técnico. Flotaba en la fría y abarrotada plaza de Las Veletas una frase del pesimista Nietzsche que figuraba en su programa de mano: «Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse en monstruo. cuando miras a un abismo, el abismo también mira hacia ti».