Frente al tablón de anuncios de la Residencia Ciudad Jardín, su hijo Juan Jesús le pregunta: «¿Quién sale en esa foto?». La imagen muestra a una pareja junto a una niña de 3 años con una muñeca en brazos. Está captada en la localidad onubense de Valverde del Camino y fechada en 1922. «Ahí salen el señor Severo, la señora Aurelia y esa es Juana Polo Solano», responde enérgica sobre su silla de ruedas mientras señala a sus padres, él guardia civil, ella ama de casa, protagonistas del entrañable fotograma.

Un reguero de recuerdos le vienen a la mente y en ese momento prefiere salir al patio, con vistas al parque del Príncipe, donde esta mañana corre el aire. La pequeña de la instantánea es la mujer que pasará hoy a formar parte del selecto club de personas que superan los 100 años de vida y que lideró en Extremadura Francisco Núñez Olivera Marchena, el hombre más longevo del mundo, que falleció el 30 de enero del 2018 a los 113 años.

En una sociedad como la actual, donde envejecer aún asusta demasiado porque se da un valor muy elevado a todo lo que sea o evoque la juventud; en un momento dorado para la industria de los productos contra el envejecimiento, estamos curiosamente en la época de la historia en que más personas sobreviven a su 100 cumpleaños. Juana Polo es un ejemplo de ello y en Ciudad Jardín ya tienen todo listo para que esta tarde, a las cinco y media, se celebre la fiesta que reunirá a sus familiares, a los trabajadores y a otros usuarios de estas instalaciones. También contará, dado lo excepcional de la ocasión, con la presencia del alcalde, Luis Salaya, que le entregará un ramo de flores. No faltará el coro Francisco de Sande para cantarle el tradicional ‘cumpleaños feliz’.

La hija de Severo y Aurelia, ambos de la localidad cacereña de Valdefuentes, nació en 1919 en el seno de una familia de tres hermanas (Manuela, que también vive en la residencia Ciudad Jardín, y Eloísa, ya fallecida). Aquellos eran años de gran conflictividad en las minas de Valverde del Camino, municipio al que destinaron a su padre como refuerzo coincidiendo con la decaída del reinado de Alfonso XIII. Vivían en el cuartel, y allí, en ese municipio en el que Juana vino al mundo, se forjó su carácter andaluz y guasón que todavía conserva.

«¡Soy zarceña!»

En 1927 la familia regresó a Extremadura. Justo ese año, en Cáceres triunfaba la moda de París, el pleno del ayuntamiento acordaba las obras de alcantarillado de la calle Clavellinas, la Concepción y Moret, y el puente sobre el Tajo vería la luz, una construcción demandada por los vecinos de la provincia que dejaban atrás las antidiluvianas barcas con las que había que atravesar el río para comunicarse; porque si hasta entonces pasar el norte de Cáceres era un suplicio, ahora se convertía casi en un placer ante la novedad de una nueva arquitectura que se incorporaba a nuestro paisaje.

En este contexto histórico, los Polo Solano llegaron a Zarza de Montánchez, donde los destinaron. Juan Jesús pone voz a su madre en este relato, que ella interrumpe para advertir con una exclamación rotunda: «¡Soy zarceña!». En el pueblo comenzó la escolaridad, recuerda a sus maestras, sus enseñanzas, los juegos infantiles, la adolescencia, las fiestas en Valdefuentes, a las que se desplazaban a lomos de burros. Estampas de una época en la que conoció a su marido, Daniel Alfonso Santano que, casualmente, como su padre, era Guardia Civil y natural de Membrío. Lo habían destinado a Zarza cumplidos los 25 años como guardia de puerta para informar de las entradas y salidas.

Como su padre murió joven, antes de cumplir los 50 años, la familia de Juana se desplazó a vivir a una casa muy cerca del cuartel y de la plaza Mayor. Daniel no tardó en fijarse en aquella joven que ya se dedicaba a la costura, una afición de la que se hizo profesional en un taller que montó en su domicilio y desde el que confeccionó decenas de trajes de novia. Su destreza le valió en el pueblo para que a su familia la conocieran como la de ‘las modistas’.

La pareja contrajo matrimonio en Cáceres. ¿El resultado? Dos hijos (Martín y Juan Jesús), dos nietos y tres bisnietos. Tras el enlace, iniciarían una vida marcada por las mudanzas: a sus espaldas, numerosos destinos por Extremadura y el sur de España. Su marido acabaría graduándose y licenciándose como teniente, y aprendiendo incluso a hablar francés, entonces idioma de cabecera, fundamental en su trabajo, especialmente en materia de tráfico.

Desde hace cinco años, Juana vive en la residencia. Acepta los achaques propios de la edad, «con los que ya se pierden facultades», confiesa, pero habla de su maña en la cocina: el cocido, el gazpacho, el revuelto de acelgas, patatas y huevo en verano, o el repollo, que estaban incluidos entre sus mejores recetas, y que su hijo rememora como un manjar.

Su vida aquí es hoy tranquila. Como el resto de residentes participa en talleres de manualidades, hacen fichas, puzzles, acuden a la misa de los sábados por la tarde, indica Juan Jesús mientras ella lo detiene de nuevo entre risas y añade: «Hay días que viene la tuna».

¿El secreto para cumplir 100 años? «Haber llevado una vida ordenada, tranquila y feliz», concluye su hijo. Pero no tarda en replicarle Juana: «El secreto es la genética, porque mi madre murió con 101; y 100 años -dice y con razón- no los cumple cualquiera».