El camino más corto para redactar cualquier informe o para emitir opiniones ‘a troche y moche’, como se decía antiguamente en una tertulia radiofónica, es dar a ciertas palabras una significación plurivalente y emplearlas como latiguillos para designar los más variados conceptos. Me refiero con esto a que actualmente se ha puesto de moda designar como relato toda situación, eventualidad, relación o raciocinio que se refiera a posicionamientos políticos muy variados, o a cualquier secuencia de acontecimientos que vayan imbricados en hechos noticiables sobre economía, medidas sociales, alianzas entre partidos o, simplemente, desenlaces de problemas dilatados en el tiempo.

Relatos han sido, en estos últimos meses, acuerdos y desacuerdos entre fuerzas políticas concurrentes a los variados procesos electorales, padecidos por la ciudadanía, movimientos, más o menos coherentes, entre los sectores minoritarios de independentistas catalanes frente a las condenas o rechazos de los tribunales contra sus tesis, medidas administrativas para paliar la situación de tantas y tantas familias hundidas en la pobreza, en el desempleo, en los desahucios de sus viviendas, etc. Incluso las decisiones e indecisiones de los líderes de cada bando para crear contubernios -de derechas o de izquierdas- que hicieran posible coordinar y articular sus programas para llegar a realizar algo de lo que prometieron en sus campañas. Cosa realmente difícil porque ni siquiera ellos recordaban el relato de sus propios discursos.

No hace mucho tiempo, los relatos eran narraciones -reales o literarias- destinadas a describir un acontecimiento, un evento social o un simple cuento novelado. En otras edades históricas, los relatos venían a ser las crónicas que redactaban los relatores o cronistas que describían los acontecimientos y secuencias de un período o de un reinado al completo. Aunque hay que reconocer que siempre los hacían por encargo de su soberano -que era quien les recompensaba por su trabajo- con el objetivo expreso de exaltar su figura y sus hazañas.

Hoy los relatores son otros - también bien compensados, aunque no por un rey, vencedor en mil combates, sino por alguna corporación financiera o ideológica, que exige un relato en el que se defiendan sus intereses y se apoyen sus dogmas frente a los populismos, independentismos o traiciones de los que no comulgan con sus planteamientos. En este aspecto hay corporaciones muy destacadas y poderosas que mantienen varios periódicos, emisoras o cadenas de TV, cuyos relatos son invariables, monolíticos, para conservar y defender los viejos valores tradicionales, o las antiguas instituciones dominantes en el espacio de las ideas conservadoras. Incluso manteniendo un relato claramente manipulado por fake news y mentiras para subrayar lo que sus dirigentes consideran esencial en el contexto patriótico y cristiano.

La proliferación de redes sociales ha provocado la multiplicación de relatos y de relatores; cada cual con sus latiguillos y tópicos, mil veces repetidos. Pero con el inconveniente de que no todos pueden ser verdad, que no todos pueden ser adecuados y que la inmensa mayoría sólo son patrañas, mentiras, falsedades y bulos, empleados para desprestigiar y ofender a sus contrarios. Estas, tan cacareadas y expandidas redes sociales no son más que variantes breves de rebuznos, bramidos o chillidos de mono a los que hay que prestar poca atención y ningún caso; pues, en definitiva, solo son vertederos de estupideces, que no hacen sino contaminar la razón y el entendimiento con sus chismorreos y descalificaciones.

«Palabra y piedra suelta, no tienen vuelta», decía un viejo axioma de nuestros abuelos. Y si la palabra o la piedra van destinadas a herir o a ofender, tampoco tienen perdón, porque sólo causan rencores y odios.