Entrábamos en la cueva con mi padre, iluminados por una lámpara de carburo. Nos pedía que sujetáramos el papel traslúcido para copiar las pinturas. Iba repasando las manos pintadas en la pared con un rotulador. Luego, en casa, pasaba el borrador a un soporte de papel vegetal... eran verdaderas obras artísticas que por primera vez se publican en este libro». Quien relata estas vivencias es Alfonso Callejo, hijo de Carlos Callejo, descubridor en 1956 de las pinturas rupestres de Maltravieso que, según los últimos estudios, son las más antiguas del mundo (66.700 años). Entonces pocos creyeron a Carlos Callejo, conservador del Museo de Cáceres, que dedicó su vida a tratar de que fueran valoradas. Hoy, un libro escrito por su hijo cuenta toda la verdad sobre la historia de un yacimiento maltratado.

Carlos Callejo nunca supo que el primer arte datado en el mundo eran aquellas manos que él descubrió, pero sin él jamás se hubieran conservado. La cantera habría seguido su avance y el vandalismo se hubiera encargado del resto. Fue difícil divulgar la importancia de la cueva en una ciudad con apenas representación académica a mediados del siglo XX. De hecho, a día de hoy el conocimiento que tiene la población de Cáceres sobre Maltravieso es aún superficial, y así lo ha percibido Alfonso Callejo en tertulias y conferencias. «Me parece una lástima que el principal vestigio arqueológico de la ciudad, de donde emana su historia, tenga una información recluida en círculos científicos y académicos, en obras de difícil lectura, en congresos... Por eso decidí escribir este libro con numerosas fotografías y archivos originales, borradores, cartas, artículos...», explica.

Titulado ‘Historia de Maltravieso’, reúne por fin toda la información dispersa en un relato comprensible y didáctico, publicado por el Museo de Cáceres dentro de la serie ‘Memorias’ y a través de la Editora Regional. «Es sin duda un acierto ofrecer al público esta obra profusamente ilustrada y de amena lectura, sin por ello perder un ápice de rigor histórico y científico», destaca el director del Museo de Cáceres, Juan Valadés.

Y es que el autor del libro fue «testigo privilegiado de la lucha por el reconocimiento científico del conjunto rupestre cacereño» y, al igual que su padre, ha dedicado «grandes esfuerzos y bastantes publicaciones a divulgar el valor arqueológico de la cueva», recuerda Juan Valadés. En este libro reúne toda la trayectoria de la cavidad «con especial mención a los años oscuros en que tuvieron que luchar contra el olvido, la incuria y la destrucción que amenazaron a esta especie de capilla sixtina del paleolítico extremeño», subraya.

HABLADURÍAS Y LEYENDAS

Porque de Maltravieso se han dicho muchas cosas, «algunas producto de la desinformación, de generalizaciones, de habladurías, de leyendas urbanas... Por ejemplo, que alguien entró por la cueva y salió por la estación de Renfe, o que el profesor Martín Almagro ordenó hacer la famosa trinchera para no mancharse el traje cuando venía de Madrid a ver la gruta», cuenta Alfonso Callejo, que desmiente estas incorrecciones. Comenzando por la primera de todas: «Mi padre no descubrió la cueva de Maltravieso, tal y como siguen recogiendo algunas galerías de personajes ilustres de la ciudad. Fue hallada accidentalmente durante la explotación de una cantera que regentaba Telesforo Pérez, apodado ‘el Francés’, y sus tres hijos. En gran justicia ellos fueron quienes la sacaron a la luz el 11 de agosto de 1951 como consecuencia de unas voladuras con dinamita en este acantilado rocoso, donde extraían piedra para los hornos de la cal», relata Alfonso Callejo.

Telesforo penetró en la gruta que se había abierto ante sus ojos y encontró «dos calaveras humanas y algunos útiles domésticos y otros objetos», según publicó el Diario Extremadura el 13 de agosto y recoge el libro. De inmediato avisó a las autoridades.

La obra de Alfonso Callejo cuenta este pasaje y toda la trayectoria de Maltravieso de forma cronológica, comenzando por una introducción sobre el Calerizo de Cáceres (historia, geología, canteras, hornos de cal...). Describe el resto de cuevas, algunas desaparecidas como la Becerra, Cantarrana, San Benito o Santa Ana II, y otras en pie como Santa Ana I, Maltravieso, El Conejar o las nuevas grutas de la ronda Este. «Tiene también mucho de intrahistoria de Cáceres, de cómo fue creciendo la ciudad e iba desapareciendo el antiguo camino de Maltravieso que dio nombre a la cueva y que recorría las principales canteras y hornos de cal, luego convertido en Isabel de Moctezuma, ronda de la Pizarra, zona de la Charca Musia... Hoy, Cáceres tiene la extraña peculiaridad de poseer una cueva paleolítica urbana», indica el autor.

COMIENZA LA LUCHA

Pese al hallazgo de la gruta, los cráneos y los restos cerámicos, a Maltravieso no se le concedió especial importancia. Por entonces ya estaba confirmada por estas tierras la presencia del hombre en el Neolítico, de modo que los restos se recogieron incluso con desorden para depositarlos en el museo, y algunos otros paleontológicos y faunísticos acabaron en manos privadas. La cantera siguió avanzando y comiéndose la cueva hasta el punto que desapareció una tercera parte y la llamada ‘Sala del Descubrimiento’. Si no hubiera sido por Calos Callejo, no quedaría nada.

Y es que este prolífico escritor e inquieto conservador del Museo de Cáceres decidió realizar un trabajo sobre los restos y aportar un plano de aquella cueva que no le dejaba de inquietar. «Paseaba por allí con frecuencia y le daba pena ver cómo estaba cada vez más engrandecida la boca de Maltravieso», narra Alfonso. En octubre de 1956 entró para levantar una planimetría. Lo hizo acompañado por los hijos de ‘el Francés’, que le alumbraban con su lamparita de acetileno. «Entonces se produjo el sensacional descubrimiento», relata Carlos Callejo en sus escritos reproducidos en este libro. Allí estaban las manos: «Muchas huellas de manos, amén de puntuaciones y otros signos», describe. «De un golpe, la antigüedad de la cueva fijada alrededor del año 2.000 antes de Cristo, retrocedía 30.000 años», anotó. Lo que no sabía Carlos Callejo es que su auténtica antigüedad se duplicaba.

Pero la comunidad científica tardó tiempo en reconocer estos hallazgos. Callejo no era experto en Prehistoria, por eso se afanó en que visitaran las cuevas investigadores y académicos. No fue fácil. El tercer capítulo del libro está dedicado a estos años de frustrante esfuerzo, con el epígrafe ‘El lento crédito y expansión del hallazgo’.

La noticia de la aparición de las pinturas, titulada ‘El nuevo mensaje de Maltravieso’, fue publicada por el propio Carlos Callejo en el Periódico Extremadura (1957). Chocaba con la creencia científica de la época de que esta zona de la península estaba despoblada en época paleolítica por los efectos del clima. «¿Pinturas rupestres en la Submeseta Sur? Aquello no encajaba», reconoce Alfonso Callejo.

Por fin, en 1957, el incansable conservador del museo logró que Juan Maluquer de Motes, erudito de la Universidad de Salamanca y comisario de la zona de excavaciones a la que pertenecía a Cáceres, visitara la cueva. La decepción no pudo ser mayor: ni siquiera las consideró auténticas pinturas y determinó que parecían hechas «de forma natural por agentes químicos actuando sobre improntas casuales de manos apoyadas».

PRIMER LIBRO

Callejo no iba a tirar la toalla. No lo haría nunca. Terminó el trabajo de los restos de la cueva, lo complementó con las pinturas y... no logró publicarlo en ninguna revista de investigación. Entonces no tuvo más remedio que escribir un modesto libro en 1958 con sus estudios de los hallazgos, láminas y fotografías, que le editó la Biblioteca Pública de Cáceres gracias a la amistad con su director, Gerardo García del Camino.

Luego, ante la falta de foros académicos y universitarios en Cáceres, recabó todas las direcciones postales posibles de científicos, investigadores y facultades especializadas, y fue enviando el libro por Correos. Poco a poco, Maltravieso comenzó a sonar en distintos puntos del país.

EL ESFUERZO EMPIEZA A DAR SUS FRUTOS

Por fin, la luz llegó con el profesor Martín Almagro, eminente historiador, director del Instituto Español de Prehistoria y conservador del Museo Arqueológico Nacional. Visitó la cueva con Callejo en 1959. Manifestó que las pinturas eran «auténticamente cuaternarias», y que se trataba de un descubrimiento «de la más elevada importancia». Alfonso Callejo describe la expresión de alivio de su padre al ver refrendadas sus expectativas por tan insigne especialista. Martín Almagro realizaría más visitas a la gruta acompañado por investigadores extranjeros, escribió su propia obra sobre Maltravieso y la cueva llegó a los foros internacionales. En 1960, el Diario Madrid publicaba con grandes titulares la «plena autenticidad de las pinturas».

Pero Callejo no paraba. Trataba de acelerar las gestiones para la protección de la cueva y en 1962 consiguió que la Comisión Central de Monumentos declarara Maltravieso como Monumento Histórico Artístico Nacional. Un año después, el Consejo de Ministros lo catalogó como Monumento Histórico Artístico.

Pese a todo ello, la dejadez institucional hizo que la cueva pronto cayera en el vandalismo, «que la acechaba gravemente». Alfonso Callejo lo relata en su tercer capítulo. Un abandono de cuatro décadas que al principio podía achacarse a la falta de centros académicos superiores en Cáceres, pero que no tuvo excusa cuando en los años 70 se forjó la Universidad de Extremadura con sus cátedras de Historia, Prehistoria y Arqueología. Aunque hubo alguna investigación relevante como la que comandó Diputación en 1986 por los profesores Francisco Jordá y José Luis Sanchidrián, «no se concienció a la población sobre la cueva», lamenta el autor. Eso sí, en los 80 se había creado el parque de Maltravieso y una cafetería anexa, que el vandalismo también arrasó en muy pocos años.

Carlos Callejo murió en 1993 sin conocer la auténtica dimensión de la gruta. En 1994 sus hijos volvieron a visitarla y se quedaron completamente desolados al observar «basuras, restos de botellón, neumáticos, botellas de butano, un barril de cerveza y graffitis al lado de las pinturas», describe Alfonso. Entonces lanzaron un SOS al alcalde José María Saponi y a la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Extremadura. Parece que por fin asumieron que aquello no podía seguir así, y además entraron en escena la diputación y la propia Uex.

Por entonces también se produjo el despegue real de las investigaciones. En 1996, los especialistas Eduardo Ripoll, Sergio Ripoll e Hipólito Collado emplearon avanzadas técnicas que lograron documentar no solo las 30 manos descubiertas por Carlos Callejo, sino hasta 71 improntas, un hallazgo que puso definitivamente la cueva en valor. Por fin se cerró al público y se creó el Centro de Interpretación de Maltravieso.

HASTA 250.000 AÑOS

Luego desembarcó el equipo Primeros Pobladores, dirigido por expertos de Atapuerca como Antoni Canals y Eudald Carbonell, quienes incorporaron a la investigación de la cueva nuevos aspectos: la articulación del territorio, la zooarqueología, el registro de huesos, el estudio de los sedimentos y los estudios taxonómicos, entre otros, que han permitido confirmar la ocupación de Maltravieso desde hace al menos 250.000 años, pero muy posiblemente futuros estudios se remontarán aún más.

El gran descubrimiento estaba reservado para el año 2018. Un equipo internacional de investigadores descubrió y publicó en la prestigiosa revista Science que una de las manos tiene una antigüedad de hasta 66.700 años, que por tanto sus autores fueron neandertales, y lo más importante, toda una revolución en la prehistoria: que los neandertales tenían capacidades simbólicas y artísticas solo atribuidas hasta entonces al homo sapiens. El libro de Alfonso Callejo, disponible en el Museo de Cáceres, donde estaba prevista su presentación en marzo, recoge hasta las últimas investigaciones.

¿EL FUTURO?

Hoy, la cueva lleva una década cerrada por la Junta para evitar su alteración por la presencia humana. En el último año se han realizado visitas experimentales que determinarán si pueden volver los investigadores. «Hay que buscar un equilibrio. Yo mismo puedo certificar el deterioro de las pinturas desde que las conocí de niño por los efectos del abandono. Pero los investigadores, que saben trabajar con celo, aún tienen mucho por descubrir allí», subraya el autor de la obra. Y es que los yacimientos necesitan años de trabajo para dar resultados. Bien lo sabe Alfonso, como bien lo sabía su padre.