El arte no se puede medir en cifras. Hasta ahora hemos vivido una era en la que todo tenía un valor en función de los números. A más números, mayor valor. Pero lo cierto es que no todo se pueden calcular en estadísticas porque su valor trasciende a las cifras. La cultura, en sí, ya supone un valor en sí misma. Y esa certeza siempre escapa a cualquier recuento. Es intangible, inmaterial, y por tanto, incalculable. Y en esa fortuna, Cáceres es agraciada. Lo es, históricamente con una ciudad monumental que no tiene comparación, y lo es con el centro Helga de Alvear, que este año sopla diez velas.

Precisamente fue este mes, en junio, de 2010, cuando el centro abrió en la Casa Grandecon el propósito de convertir a la ciudad en polo artístico internacional y como gran baza a la candidatura a la ciudad europea de la cultura en 2016. Su inauguración supuso todo un acontecimiento para la ciudad, la región y el país, ocupó las portadas y congregó a artistas de renombre a nivel internacional. La repercusión mediática estaba justificada porque provocó que la ciudad entrara, y por la puerta grande, a los circuitos internacionales del arte. De «tesoro» calificó la colección de la coleccionista alemana la entonces ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, que acudió al acto de inauguración. El entonces presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara, lo comparó con el MOMA en Nueva York.

Es indudable que su llegada a la ciudad moldeó un futuro ligado a la vanguardia y ahora diez años después, y con la apertura inminente de su segunda fase que medios como The Guardian catalogan ya como hito arquitectónico, su directora desde sus inicios, María Jesús Ávila, hace balance de esta primera década de actividad. Ella también descarta traducir estos diez años en números, «son importantes», sostiene, pero defiende que «la rentabilidad de un espacio como un museo no puede ser la misma que la de otro tipo de industria» porque «no es solo económica sino sociocultural, «tiene unos efectos que no son inmediatos». En ese sentido, anota que el Helga «ha sido muy importante a nivel de creación de redes y a nivel de formación para sentar un poso cultural que va a tener la gente a largo plazo».

Con respecto a si en este periodo los cacereños han interiorizado el centro como parte de la ciudad, asegura que «hay dos tipos de público». «Uno que de verdad ha hecho el museo suyo, en el que entra el sector, agentes, artistas más otros públicos que hemos ido abriendo y ampliando» aunque reconoce que hay una parte «a la que no hemos podido llegar, uno que cuando sale, visita el Reina Sofía o el Guggenheim pero no visita los museos propios». En esa línea, Ávila incide en la dificultad para entender el valor de la colección, unas de las más selectas de Europa. «Somos arte contemporáneo y la arqueología y el arte contemporáneo son los que mas dificultad plantean a cualquier visitante, hay gente que no se siente atraída o se enfada», destaca.

En cualquier caso, pone de relieve en que fidelizar al público «es un trabajo que se debe hacer poco a poco» y que estos años han redoblado esfuerzos para ampliar oferta con diferentes tipos de público, desde niños hasta mayores o personas con discapacidad y asegura, además, que el concepto que tenía la gente de galería ha ido cambiando con el tiempo. De hecho, con motivo del décimo aniversario el centro de artes visuales pasará a llamarse museo. «Se tiende a interpretar el museo como algo decimonónico y ya se ha convertido en un polo donde confluyen otras actividades que no tienen que ver con esa idea de templo sacralizado», sostiene.

De momento y en mitad de la crisis sanitaria, la Casa Grande celebra su cumpleaños cerrada al público, a la espera de ultimar las obras de ampliación. Sobre su apertura, o concreta pero expresa su deseo de que sea este 2020. «Si la pandemia nos ha traído algo es incertidumbre, las obras tienen sus tiempos propios, pero esperamos que antes de final de año podamos inaugurarlo», concluye.