Si tener un niño ha sido complicado durante estos últimos meses, con todo lo que implica una pandemia desde el punto de vista sanitario y sin el apoyo de los familiares más cercanos para hacer frente a la incertidumbre, se vuelve aún más arduo cuando el parto se adelanta casi un trimestre.

Esta es la circunstancia a la que se enfrentó Susana. Su pareja, Tony, suena lleno de orgullo cuando la califica como «toda una luchadora». Es el mismo adjetivo que utiliza para describir a su hija, Siria, que nació tras solo siete meses de gestación.

La preocupación fue mayúscula, y ambos reconocen que la imposibilidad de ver a sus propios padres lo hizo todo más cuesta arriba. «Nosotros somos primerizos, y sin duda que nuestra familia no nos pudiera apoyar... lo hacía una situación más difícil todavía», explica Tony.

Susana rompió aguas tras solo 21 semanas de embarazo, lo que implicaba que los órganos internos de su hija aún no estaban íntegramente formados. Sin pulmones o un cerebro funcionales en su plenitud, las expectativas para Siria no eran las más óptimas.

En este punto, los médicos entraron en acción: durante dos semanas, Susana sufrió contracciones casi diarias mientras retenían su parto, a la espera de que el nacimiento pudiera llevarse a cabo de forma segura y sin incidentes. De todos modos, aún después de llegar al mundo, a Siria le esperaba un mes entero en neonatos, donde seguiría creciendo. Durante este tiempo, la familia se vio en la obligación de mantenerse lejos, y el padre no pudo tener contacto alguno con la recién nacida, a la que solo tenían acceso los profesionales sanitarios y su madre. La sensación de incertidumbre provocada por el covid-19 se sumaba de este modo a la ocasionada por la particularidad de su caso.

En el hospital

En el hospitalYa antes del parto, Susana se sentía asustada ante la perspectiva de dar a luz en esta época, «sobre todo por la niña, porque se podía coger cualquier cosa», admite. Recuerda las medidas de seguridad del hospital como «estrictas», pero comprende lo necesarias que eran.

En poco menos de un mes, Siria ha pasado de un kilo setecientos a casi tres y medio. Sus abuelos ya la han conocido, eso sí, con más retraso del esperado a causa del Estado de Alarma, y ahora la pequeña disfruta de su primer verano con sus padres en el pueblo. Para Tony y Susana, el miedo y la inseguridad han sido paulatinamente sustituidos por el entusiasmo y optimismo que esperaban de ser madre y padre.

Tuvieron constancia del proyecto de Amigos de la Ribera del Marco a través de la prensa. Tony dice que se decidió enseguida, porque le pareció «bonito», y rápidamente se puso en contacto con la organización a través de Facebook. Desde entonces, ambos han mantenido una relación directa con el presidente del colectivo o a través de las redes sociales, y están a la espera de plantar el árbol que les corresponde.

Ven la iniciativa como una oportunidad de visibilizar la perspectiva que ellos mismos han adquirido durante esta complicada fase de sus vidas. «Este año ha sido un año tan malo y tan duro... que el nacimiento de nuestra hija y plantar un árbol, que es dar vida de otra forma, es otra manera de reivindicar que aunque este año sea duro puede haber una luz al final del túnel», expone Tony.