Cuando llegaban los tórridos veranos a la Extremadura tropical, cuando no existía aire acondicionado ni las casas estaban acondicionadas para aguantar las altas temperaturas de la vieja villa cacereña, eran las fuentes, pozos y aljibes los que suministraban el agua necesaria para los hogares. Fueron muchas las fuentes y lavaderos que durante siglos calmaron la sed y el calor de las gentes del lugar.

Cuando se escribe o se recuerdan las viejas fuentes de la ciudad, solo aparecen en la memoria colectiva poco más de media docena, de las cuales siempre destacan las situadas junto a la vieja ribera del Marco, especialmente la fuente del Concejo o la Fuente Fría y si acaso alguna de las fuente del extrarradio como la fuente del Aguas Vivas o fuentes urbanas como la fuente de la Concepción o la fuente de la Concordia, en la calle Zapatería. Por ello es necesario al menos nombrar algunas de los muchos surtidores que desde el anonimato siguen presentes en la memoria de muchas generaciones de cacereños y cacereñas de todo pelaje y condición.

El 17 de junio de 1964, el Gobernador Civil de Cáceres ordena el cierre de todas las fuentes públicas por motivos de higiene y salubridad. Con esta medida se puso punto final al abastecimiento tradicional de agua. Es cierto que las fuentes y su entorno eran lugares idóneos para la propagación de ciertas enfermedades como el paludismo, la viruela o el tifus, hasta el punto que en 1899 se tuvo que clausurar la propia fuente del Concejo, debido a que se había convertido en un foco de expansión de la viruela a causa de las filtraciones que recibía de la ribera del Marco, donde desembocaban las aguas fecales de la ciudad.

Anteriormente ya se habían desecado las charcas de aguas muertas o estancadas debido a diferentes brotes palúdicos. Por otra parte, era complicado controlar la opción y uso de cada fuente, fuesen estas para suministro familiar, lavaderos de ropa o abrevaderos de ganado, una vigilancia que le costaba un cuantioso peculio al concejo, debido al nombramiento permanente de guardas para cada una de las fuentes públicas de la ciudad.

El 3 de mayo de 1762, el corregidor de la villa cacereña publica un bando donde se especifica aquellas fuentes que siendo para el suministro de agua al vecindario, se están utilizando también como lavaderos y a veces como abrevaderos de ganado, una actividad prohibida para prevenir la propagación de enfermedades. Se enumeran diferentes fuentes como fuente Barbas, la Doncella o la Burrera, aunque podíamos ampliar la lista con otras como La Madrila integrada en un parque público, Fuente Nueva que proporcionaba agua a los pilares de San Francisco desde el siglo XVI, Fuente Santa que fue lugar de peregrinaje de las gentes de Aldea Moret, Fuente Hinche necesitada de cuidados en materia de limpieza y saneamiento, Fuente del Paseo Alto sin uso alguno en la actualidad, la Fuente del Piojo desaparecida o la Fuente de la Palmatoria o Fuente del Lápiz, derribada para construir en su mismo lugar la Cruz de los Caídos. Todas ellas forman parte del inventario cultural de esta ciudad y deben ser tratadas como espacios para el conocimiento, pues en su entorno está presente la memoria de lavanderas, hortelanos, molineros o aguadores que durante siglos utilizaron estas fuentes como espacio para su trabajo y también para su vida.