El pleno de la corporación local, que es el principal órgano de representación pública y política de la ciudad, debatió el jueves sobre el comercio. No hubo propuestas concretas. Puede que no fuera el momento y que efectivamente sea mejor que un órgano más concreto, el grupo de trabajo que se acordó crear, presente con más tiempo medidas específicas. La única idea, que es acertada, fue ampliar los usos de los locales del centro, un cambio de modelo. Perfecto. Pero si eso depende solo de la revisión del plan especial del casco viejo va a tardar. Si en el avance se ha tardado dos años, en la aprobación definitiva se puede tardar otros dos.

El comercio es solo un síntoma de la pérdida de dinamismo de la ciudad. No es algo nuevo. Es una tendencia, una cuesta abajo de años que parece que no tiene fin. El pasado mayo el Ine publicó los indicadores urbanos de los municipios mayores de 20.000 habitantes. Cáceres no está ni entre los mejores ni entre los peores en ninguno de los apartados.

La tasa de actividad y la de desempleo apenas se ha modificado en la década 2010-2019. La de actividad (el cociente entre la población activa y la que está en edad de trabajar) era del 56,66 en 2010 y en 2019 fue del 58,35. Los demandantes de empleo en junio de 2010 eran 8.327 y en 2019 sumaban 8.044. En junio de 2020 subieron a 9.373 por los efectos económicos del coronavirus (en febrero, antes de la crisis, había 8.685).

Lo que cambia es la edad media de la población y el porcentaje de mayores de 60 años. La edad media ha pasado en diez años de los 39,07 a los 43,74, según la estadística del Ine, mientras que, según los datos recopilados por el ayuntamiento, la población mayor de 60 años era en 2010 el 20% del total y en 2020 ya llega al 24,4%.

Si se exceptúa el turismo, no hay muchos proyectos que generen expectativas, ahora menos con Catelsa, principal industria de la ciudad, con un Erte. Está el del centro comercial junto a Carrefour, que está en trámite y que como casi todas las iniciativas que se presentan exige de un incremento de la edificabilidad comercial, es decir que el ayuntamiento le dé más valor al suelo con las correspondientes compensaciones al municipio. Luego está el complejo budista, proyecto a apoyar siempre que el suelo se ceda en unas condiciones que permitan su reversión a la ciudad si no resulta. Y luego está la mina, un buen plan si no se planificase donde está, pegado a la ciudad. En la mina se tiene que valorar cuántos empleos cuesta que la Montaña quede destrozada. Con los empleos directos que proponen no merecería la pena porque vistos los antecedentes resulta poco creíble que se vaya a restaurar el suelo una vez finalizada la actividad o que la administración vaya a poder hacerlo de forma subsidiaria. En la zona aún hay una cantera que no se ha restaurado y en la que había junto a la estación se tardó años en hacerlo acumulando residuos durante el boom de la construcción.

Se puede esperar y pedir a la corporación local que hagan que la ciudad vaya a mejor, acabar con la cuesta hacia abajo, porque lo que ya estamos haciendo entre todos muy bien es que vaya a peor.