Muchas veces la alineación del Barcelona se anuncia sin dar muchos nombres. Basta con decir que juegan Messi y diez más. Se destaca la participación del rosarino, aunque sea injusto porque son sus compañeros quienes le hacen más bueno. El alcalde Luis Salaya tiene una plantilla muy corta. Solo ocho concejales y así seguirá, salvo hecatombe, hasta el final de la legislatura. No hay antecedentes desde las elecciones de 1979, solo en la primera legislatura del también socialista Carlos Sánchez Polo (1987-1991), que sin embargo sí amplió su equipo de ocho concejales dando competencias a ediles del CDS.

Salaya tiene a Andrés Licerán, el concejal de casi todo. La trayectoria política de uno no se entendería sin la del otro. Es su mano derecha y a veces también la izquierda. Y cuenta con María Ángeles Costa, que se presentó como independiente y que fue su principal fichaje cuando intentó el primer asalto a la alcaldía. Son con José Ramón Bello los tres concejales liberados. Costa y Licerán asumen muchas de las principales competencias del consistorio, pero Bello está ganando cada vez más protagonismo.

El alcalde tiene a María José Pulido, que en la crisis del coronavirus ha ganado presencia en la corporación por su cargo al frente de Asuntos Sociales. Y luego hay tres ediles cuya labor está muy limitada a un área: Fernanda Valdes, también independiente, a Cultura, David Holguín a Participación Ciudadana y Paula Rodríguez a Juventud y Deportes. Pulido, Valdés y Holguín no están liberados y Rodríguez cuenta con media liberación.

Luego está Jorge Villar, con media liberación y número tres de la candidatura tras Salaya y Costa. La sensación, pese a que sea el concejal de Turismo, la ‘industria’ de Cáceres, es que está desaprovechado. La coordinación del hermanamiento con Lumbini, que está vinculado al complejo budista, la principal iniciativa abanderada por Salaya en el año que lleva de alcalde, recae en Bello y no en Villar, que fue el que viajó a Lumbini.

Bello es concejal de Urbanismo y Patrimonio. Por su profesión, es arqueólogo, parecía el más adecuado para ponerse al frente de una delegación donde la queja que más se repite es que se eterniza la concesión de licencias y la aprobación de expedientes. Y es en esto en lo que más se esmera Bello en sus intervenciones, en insistir en que su objetivo es que la maquinaria administrativa se agilice.

La propia oposición le está dando a Bello protagonismo dentro del gobierno local. El último que lo ha hecho es el portavoz del PP, Rafael Mateos, cuando se refirió a él como el bombero que apaga los incendios que prenden sus compañeros.

Y es que además Bello está obligado a asumir ese papel fundamental dentro de la corporación local porque tiene que conseguir que en esta legislatura se apruebe un buen plan especial. Es el documento que regula y ordena todas las intervenciones en el casco antiguo, el que tiene que impedir que se repitan barrabasadas ya hechas, basta con dar un paseo por la parte antigua, y que debe ser tan flexible que asegurando la conservación del patrimonio permita al mismo tiempo devolver la vida a un casco antiguo que poco a poco se muere y que puede quedar como un parque temático.

El plan especial en vigor se aprobó en 1990, en una ciudad que poco tiene que ver con la actual. Su revisión se adjudicó hace dos años y medio, ya se está fuera de plazo, y hasta este mes no se ha vuelto a tener noticias del mismo. En septiembre se publicará un avance y aquí Bello tendrá que abrir el documento a la participación de la ciudadanía, propiciar un debate empezando por los vecinos y los colegios profesionales, el primero el Coade, y evitar que se enrede en discusiones bizantinas que prolonguen aún más la actualización del plan. Debate, exposición pública, resolución de alegaciones y aprobación definitiva. Antes de que acabe la legislatura tendrá que estar.

José Ramón Bello no es Messi, pero lo que está claro es que en esta legislatura está llamado a jugar un papel principal en el campo del gobierno local.