La crisis sanitaria ahoga a los empresarios cacereños. La hostelería y el comercio son los sectores más azotados. Están al límite. Muchos han tomado ya la decisión de bajar la persiana de sus negocios para siempre, ahogados por las deudas. Basta con darse un paseo por las principales arterias comerciales de la ciudad (Gómez Becerra, San Pedro de Alcántara, San Antón, Pintores, plaza Mayor,...), con decenas de locales que cuelgan un cartel de ‘se vende’ o ‘se alquila’ en sus fachadas. Solo desde San_Antón a la plaza Mayor se cuentan más de una treintena.

Casi un año de cierres y restricciones pasan factura, los ahorros se han terminado y muchos han tenido incluso que recurrir a la caridad. Es el caso de Juan Manuel Vizcaíno (46 años), que regentaba el bar de la Casa del Mayor de la calle Margallo. Lleva cerrado desde el 12 de marzo, cuando se clausuraron todos los centros de ancianos, y el ayuntamiento no lo ha abierto desde entonces. Vive una pesadilla. Lleva once meses con cero ingresos. «Vivo de lo que voy pidiendo», asegura. Se ha visto en la obligación de recurrir a Cáritas para pedir alimentos. Ha perdido 35 kilos porque solo tiene para comer una vez al día (dice que ya se ha acostumbrado), a lo que se une el insomnio (no puede dormir más de cuatro horas) por el estrés y la ansiedad de la situación a la que se ha visto abocado. Y ha tenido incluso que recurrir a las redes sociales para pedir ropa. La suya literalmente se le cae por lo que ha adelgazado y no puede permitirse comprarse nueva.

Lleva trabajando desde los 16 años y esta es la primera vez que se ve en paro, aunque no tiene derecho a prestación porque es autónomo. Ha tenido que dejar de pagar el alquiler y los recibos. No tiene calefacción ni agua caliente (se ducha con agua fría o la calienta antes para echársela por encima). Y lo que es peor, tampoco tiene derecho a las ayudas a autónomos que concede el ayuntamiento o la Junta. «Tengo las cuentas embargadas porque debo dinero porque no puedo pagar y esas ayudas lo primero que te exigen es que estés al día con los pagos», asegura. «Le pediría a las administraciones que se pongan en el lugar de las personas y que por lo menos dieran paro a los autónomos», apunta.

A otros, en cambio, ese ahogo les ha dejado descubrir la mejor cara de la pandemia: la solidaridad desde el anonimato. Es el caso de Marisol Gallardo, que anunció en las redes sociales que ponía en traspaso su negocio (lleva con él 13 años) y la dueña de su local no dudó en bajarle el alquiler para ayudarla. Ahora paga casi la mitad que antes, lo que le ha dado un respiro para continuar.

Su calvario comenzó en octubre. Hasta entonces se había ido manteniendo con los ahorros, pero a partir de ese mes solo eran pérdidas. Su negocio se ha reducido entre un 50 y un 70%, dependiendo de los meses. Y el día que decidió dejarlo todo fue cuando el banco la llamó para advertirle de que corría el riesgo de perder la hipoteca. No podía más y decidió echar el cierre. Aquella decisión le daba vértigo. Tiene 57 años y sabía lo complicado que iba a ser encontrar otro trabajo; y como autónoma solo le corresponden unos meses de paro. «Mis hijos me dijeron que por qué no lo hablaba con mi casera. Era la única opción que me quedaba, así que la llamé y me ayudó», cuenta. Es más, en aquella llamada le bajó un poco pero al día siguiente la casera volvió a llamarla para bajárselo más._Así estará al menos seis meses. También la ayudó en el confinamiento.

«Le estoy muy agradecida porque esto me da la opción de intentarlo, es mi último cartucho para seguir adelante. Yo lo único que quiero es trabajar», asiente. Ha dado un cambio a su negocio y ha potenciado las redes sociales para llegar a un mayor público. Y lo más importante, se muestra de nuevo ilusionada con su trabajo.

Mari Paz, por su parte, se encontró con la solidaridad de un cliente. Regenta el bar MarYand en la avenida Cervantes. Un día, cuando acudió al local con su pareja para comprobar que todo estaba en orden (lleva cerrado desde el 7 de enero por las medidas sanitarias) se encontró bajo la puerta un sobre con 25 euros y una nota. Era un anónimo que quería pagarle por los desayunos que no se ha tomado desde que está cerrado. Aún no sabe quién ha sido. «Nos quedamos descolocados pero nos dio un subidón enorme», subraya.

Su situación también es límite. Este mes ya no podrá pagar el alquiler del local, debe recibos de la luz y vive de lo que le presta la familia: «No sé ni el dinero que le debo a mi madre», reconoce. «Siento impotencia porque queremos trabajar y no nos dejan. Entiendo que cierren por la pandemia pero nos tienen que ayudar», insiste.