Siete kilómetros que dieron vida a Cáceres. Su caudal brotó bajo las placas del Calerizo, a los pies de la Fuente del Rey, en el barrio del Espíritu Santo, y de allí corrió con presura hacia el noroeste hasta desembocar en el Guadiloba. Las dos claves para que los primeros habitantes formaran comunidad eran la leña y el agua, milagros de la naturaleza que facilitaron el asentamiento de la villa.

La Ribera del Marco es el río de Cáceres. Alrededor de su ladera creció una ciudad que durante los últimos años le ha dado la espalda, pero cuyos habitantes acaban de redescubrirla gracias al reciente temporal de lluvia que ha aumentado su corriente y que ha inundado las redes sociales con imágenes inéditas de esta joya cacereña, oculta por los matorrales y que debería recuperarse en su totalidad.

Alrededor de la Ribera se ubicaron las industrias medievales, los molinos de harina, los tintoreros, los curtidores, las huertas de las que se abastecía la población, las fuentes a las que acudían a diario las aguadoras con sus cántaros.

Revolotea la Ribera desde su pila bautismal en el ‘Espiri’ y serpentea por el convento de San Francisco, por detrás del Museo de Pedrilla, que en su origen fue un molino de aceite del que todavía se conservan las piedras cónicas y los canales. Continuaba hacia abajo, por Fuente Fría, luego por Mira al Río, la calle llamada así porque los ojos de sus casas siempre ponían las pupilas en el riachuelo a su paso por la Fuente del Concejo. Y de allí, a la zona más urbana, al lugar donde se concentraban las huertas y las tenerías hasta morir, por los alrededores de la fábrica de Induyco, en el Guadiloba.

Fue tal su importancia que el 1 de enero de 1494 (era miércoles), se publica la Ordenanza del Agua de la Ribera, compuesta por 45 capítulos en los que se regulaba su utilización para actividades industriales, rurales o del lavado de pescado, por ejemplo. Así, en su artículo 26 quedaba prohibido en la Fuente Nueva, situada al lado del puente de San Francisco, lavar el lino en sus aguas bajo multa de cien maravedís. Tampoco se podían limpiar paños de lana o teñidos, ni sardinas, al menos en el área de influencia de Concejo para evitar la contaminación.

El desarrollismo

El desarrollismo¿Los cacereños no le dan a la Ribera la importancia que merece? A la pregunta responde Fernando Jiménez Berrocal, articulista de este diario y cronista oficial de Cáceres. «Es el peaje que se ha pagado en el camino hacia la modernidad, cuando dejó de prestar la atención al desarrollo económico de la capital», cuenta el experto. Desaparecieron los molinos, las industrias tradicionales ya no eran florecientes y, de pronto, el agua dejó de interesarnos.

La Ribera siguió su curso natural, que no ha perdido porque el hombre nunca podrá destruir lo que la orografía del terreno creó, pero cayó en el abandono. Cierto es que las huertas se han seguido cultivando, aunque en mucho menor grado que durante su primitivo origen. Es verdad que a lo largo de la historia reciente se han hecho rehabilitaciones, como el colector que se construyó a finales de los 60 para encauzar las aguas sucias. Se mejoraron Fuente Concejo, Fuente Fría y Fuente Rocha, pero no es suficiente.

«Haría muy mal Cáceres si no tiene en cuenta a la Ribera», dice Berrocal, que junto a Agustín Flores y Juan Carlos Martín Borreguero escribieron ‘La cacereña Ribera del Marco’, un libro de cabecera para cuantos quieren descubrir los detalles del río, algunos de ellos tan interesantes como la existencia del Balneario de don Benigno, muy semejante al de Baños de Montemayor, que se encuentra en la parte baja de la Ribera de Curtidores y del que aún se conservan la piscina y los aparatos que servían para calentar el agua.

A la Ribera le debe Cáceres sus frutas, sus verduras, su incipiente desarrollo industrial, sus gallinas, los cochinos que se criaban para las matanzas. «Es nuestro río, el río de la ciudad, el que ha dado servicio a los cacereños», apunta Berrocal. El paseo a través de su curvo recorrido deja asomar los canales, algunos de la época árabe, levantados antes del siglo XIII y de la llegada de los leoneses durante la reconquista.

«Si no existiese la Ribera, Cáceres no estaría aquí. Fue un elemento de protección imprescindible para el desarrollo de la vida. Por ello hay que cuidarla», desvela el historiador. Y precisamente de eso, de historia, tiene mucho el Marco, porque en sus orillas se fraguó también el poder del clero y la nobleza, sus intereses sobre la propiedad de los molinos o de las huertas.

Huertas como la del Conde, en la cabecera de la Ribera, la huerta de los frailes, huertas en las Tenerías, que conservaban la esencia del arrabal. Huertas como la de los Periquenes, que Victoriano Hurtado, que era encargado del Servicio Nacional del Trigo, compró a mediados del siglo XIX a la familia Acha por 15.000 pesetas. El terreno lindaba por un lado con la ronda de Vadillo. Al llegar la República a Victoriano le expropiaron una parte de esa finca para levantar el colegio del Madruelo, al que en Cáceres llaman la Universidad del Madruelo porque cientos de cacereños pasaron por ese centro escolar en la posguerra.

Pedro, hijo varón de Victoriano, heredó esa huerta que a partir de ese momento los cacereños bautizarían como la de los Periquenes porque a Pedro le conocían como Periquene , extensión del diminutivo Perico a Periquino y de Periquino a Periquene.

Testigo de cientos de familias que recorrieron los senderos dibujados por el viento, entre las alas de los pájaros y las órbitas del agua; la Ribera sigue desplegando cabriolas con el vapor de la mañana a la espera de que Cáceres la salve en su viaje sin fin al noroeste. ¡Qué no acabe la preciosura!

Fernando Jiménez Berrocal | Cronista oficial de Cáceres«Su abandono es el peaje que se ha pagado en el camino hacia la modernidad»