Los niños del Carrucho hicieron suya la Ribera cuando muchos la llamaban ‘El regato de la Plata’. Eran de plata sus colores, cruzaba por ella la Ruta de la Plata, eran de plata los días, de plata las aguas, de plata el cauce, árboles que tocaban el cielo de plata cuando el aire venía del este como un regalo envuelto en celofán.

Y allí, entre esos niños, estaban José Antonio Ayuso y sus amigos, Luis Corrales, el otro Luis, Nicasio, Lito... Juntos jugaban, pero lo que se dice jugar, y no lo que se hace ahora a golpe de pantalla. Ellos jugaban a los barcos. Los construían con sus manos, unos de corcho, otros de ramas de los árboles, algunos de papel.

Cuando terminaban de ser construidos los lanzaban a navegar. Buques, trasatlánticos, desde la popa, desde la proa, a golpe de timón... Partían del puerto del Carrucho y recorrían mar adentro la Ribera, pasaban por el Espiri; entonces sus pies descalzos salían del cauce, se colaban de nuevo en los zapatos y desde el puente veían desfilar sus embarcaciones en medio de gritos y carcajadas; de aquella algarabía que protagonizaba una lucha titánica por ganar la carrera.

Los barcos corrían aguas abajo y ellos detrás, cruzando huertas hasta llegar a Fuente Fría, donde siempre arribaban las embarcaciones. Allí, detrás del antiguo monasterio de San Francisco, era obligado beber a bocajarro el agua clara, de calidad infinita, que se consideraba especialmente beneficiosa para los cálculos en el riñón, para cocer los garbanzos y para regar las huertas.

Ay, las huertas. Las había por decenas. José Antonio y los demás se las conocían palmo a palmo. Entraban, salían, cogían manzanas, peras, membrillos y granadas. Maravillosas granadas, fruta temprana del otoño. Sabrosas granadas, ricas en antioxidantes. Saludables granadas, que previenen el envejecimiento y son afrodisíacas. No es raro que en Egipto los faraones se las llevaran a sus tumbas y que inspiraran a Plinio o a Homero en su ‘Odisea’.

José Antonio preside desde hace ocho años la Asociación de Vecinos de Llopis Iborra. Él siempre vivió en ese triángulo que conforman también Charca Musia y el Espíritu Santo. Conoce como pocos el Marco. José Antonio es uno de esos sabios de la calle que reivindica la necesidad de hacer de la Ribera el eje fundamental de la ciudad. Para ello habla del papel de la cueva de Maltravieso, ocupada por el hombre en distintos momentos de la Prehistoria, situada al sur, en el área caliza, y uno de los monumentos más importantes del mundo.

Si Maltravieso existe es gracias a la Ribera, porque los primeros pobladores jamás se hubieran asentado en un lugar que no tuviera agua. Los estudios datan las pinturas de manos de Maltravieso en una fecha mucho más temprana de la que se había barajado hasta ahora. La investigación internacional liderada por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva y por la Universidad de Southampton, en la que colaboraron arqueólogos españoles, fue publicada en la revista estadounidense Science y fijaba en 66.700 años la antigüedad de una de las manos de la cueva, lo que podría certificar que sus autores fueron personas de la especie Neandertal.

«¿Cómo es posible que ese tesoro no se mime lo suficiente?», se pregunta José Antonio Ayuso. «Me parece bien el impulso que se le da a la ciudad monumental, pero debemos recuperar nuestros orígenes, y en ellos están Maltravieso y la Ribera».

El principio

Ayuso recuerda que el Marco «es un manantial que no se seca jamás, y por eso se asentaron aquí los neandertales. ¿Si fue el principio de Cáceres, por qué no se preserva?», vuelve a interrogar con toda la razón del mundo.

«Cuando recorrí el barrio junto a Luis Salaya, el alcalde me dijo que le daría valor a las casas de Llopis, que se haría un paseo en la Ribera. Pero todo permanece igual que antes», lamenta.

«La entrada del Camino de Santiago está en el Marco, ¿se ha pensado en la imagen que les quedará grabada en sus retinas a los peregrinos? Hace unos años, en las inmediaciones de la Fuente del Rey hicieron un paseo, con unas barandas a base de tronquitos, quedó todo muy bien; ahora la mayoría están rotos o en su defecto, deteriorados. Cuando los padres van a buscar a los niños al instituto ya se meten dentro con el coche para aparcar. Es muy fácil poner los proyectos encima de la mesa, pero luego hay que revisarlos. Es lo mismo que cuando compramos una casa, hay que hacerle sus arreglos, cuidarla según van pasando los años», relata.

«Se ha invertido un dineral en la ampliación del parque del Príncipe, pero para la Ribera del Marco nunca hay nada. Me parece muy bien que se realicen inversiones, pero que hay que tener un equilibrio, una mitad y mitad. La Ribera lo necesita», sostiene casi como un clamor.

Y es un clamor popular cada vez más extendido. Si el Ayuntamiento de Cáceres, con el gobierno de Salaya a la cabeza, abanderó sin reservas la defensa del medio ambiente, la inversión en el Marco debe ser una prioridad que no puede esperar.

En la memoria de José Antonio se guardan como un tesoro los tiempos pretéritos, cuando en carros transportaban la aceituna hasta el Molino de Aceite de la Ribera. Él dice que sigue siendo de los de papel y lápiz. Ahora todo se hace a través de internet. Muere el papel, muere el lápiz con esa apisonadora de la goma de borrar. Las matanzas, el lechero con la cántara, la esencia de lo antiguo frente a la desgana de un presente de náufragos que no respetan la raíz, ni el agua, ni el río de plata por donde navegaban felices los barcos en su mar.