Hoy hemos metido en la mochila un libro de Machado, de Antonio (acotamos). Es una antología de poemas. En la página 54 aparecen impresos estos versos: ‘¡Oh tarde luminosa! El aire está encantado. La blanca cigüeña dormita volando, y las golondrinas se cruzan, tendidas las alas agudas al viento dorado, y en la tarde risueña se alejan volando, soñando....’

Al tiempo de estos versos una cigüeña recorre la vereda. No es raro verlas por aquí. Cáceres es el término municipal con mayor número de cigüeñas de todo el mundo. Antes emigraban a África durante el invierno pero cada vez son más las que se quedan todo el año. Dehesas, humedales, pastizales... se convierten en su refugio y la Ribera del Marco en su hogar.

La silueta de vuelo de las cigüeñas blancas es inconfundible. El cuello bien extendido hacia adelante y las largas patas sobresaliendo ampliamente por detrás de la cola. Al volar baten las alas y lo hacen al compás de las corrientes. Pocos espectáculos resultan tan bellos.

Las cigüeñas son como aeronaves aerostáticas, que parece se sirvieran del principio de los fluidos de Arquímedes para volar. Surcan el cielo cacereño, bajan a la orilla, levantan sus nidos en este ecosistema donde leemos la obra machadiana mientras esperamos a Juan Ramos Sánchez, profesor de Biología, que hoy nos guía en nuestro recorrido semanal.

Llega Juan, que ahora disfruta de su merecida jubilación tras una intensa trayectoria en institutos como el Al-Qazeres o el Norba Caesarina. Lleva años paseando la Ribera y es miembro de la asociación que reúne a sus más arduos defensores. «Podría ser el gran corredor verde, por eso una intervención en ella debe ser prioritaria», defiende.

Es evidente su importancia para Cáceres. Destaca por su singularidad, no solo de su pasado, o de su presente discutible por la desaparición de huertas y molinos, sino por su futuro debido a la escasez de agua que azota el planeta y que encontraría en la Ribera una tabla de salvación si el cambio climático pusiera las cosas más feas todavía. Solo un dato: en siglos pasados tuvo un caudal extraordinario, de 95 litros por segundo; ahora se sitúa entre los 8 y los 10.

Salta a la vista que si Cáceres está donde está es gracias a la Ribera. Ubicada en un promontorio defensivo, la ciudad se alimentaba del Marco. De hecho, cuando comenzó la construcción de la urbanización Ribera del Marco apareció un acueducto que según el estudioso Juan Gil Montes era de época romana y que literalmente procedía de la charca del Marco. Así cualquiera puede explicarse que fuera el suministro de la capital y que a su alrededor brotara toda una ingeniería hidráulica con 25 molinos harineros, de los que 7 conservan las estructuras de sus acequias y cubos, muchos de ellos situados entre el Puente Nuevo (a la altura de la Facultad de Turismo) y la desembocadura del Guadiloba.

Expoliado

ExpoliadoDestaca el Molino de la Mellada, de entre 6 y 7 metros de altitud. Mención especial merece el Molino de Fuente Fría, activo hasta 1950. Las estructuras de estas instalaciones acabaron derruidas, demolidas o expoliadas y saqueadas. El patrimonio es tan espectacular que es preeminente rehabilitarlo.

Otro elemento básico a potenciar son las huertas. «La evolución social tiene que mirar obligatoriamente hacia ellas», alerta Ramos Sánchez. Es verdad que el ayuntamiento cede parcelas de 50 metros para el cultivo, pero habría que potenciar más este recurso, no solo a través de la iniciativa pública con la creación de una granja escuela, por ejemplo, sino con inversión privada. El empresario que ponga el ojo en ellas más tarde que temprano habrá hecho un buen negocio.

Juan traza su relato como Machado trazó el vuelo: ‘¡Ya su perfil zancudo en el regato, en el azul el vuelo de ballesta, o, sobre el ancho nido de ginesta, en torre, torre y torre, el garabato de la cigüeña!’.

Suena el viento entre las alas de las cigüeñas que se acercan a las huertas (‘sss sss sss’), mientras el biólogo cuenta que «ver estos suelos activos sería posible. Pocas ciudades de nuestro país disponen de este tesoro». Impulsando ese don de la tierra, la Ribera serviría de conexión entre el norte y el sur por el este a través de un corredor verde conformado por sus huertas y senderos.

Para ello sería de obligado cumplimiento recuperar la flora autóctona. De ella, la más singular es el olmo negro. El suelo alcalino y calizo del Marco es ideal para su desarrollo y convierte a los olmos en su emblema más singular. Por desgracia, muchas de las olmedas fueron destruidas por la acción humana o por la grafiosis. En Fuente Fría, en la margen derecha del cauce, se conserva un grupo de alrededor de una decena, con más de 50 años. En la Huerta del Conde están volviendo a brotar.

Como es un árbol que debe estar situado a lo largo del río, la Asociación Amigos de la Ribera del Marco ha promovido dos plantaciones, una se realizó el 12 de diciembre con 30 olmos y otra el 20 de marzo, entre Cáceres el Viejo y San Francisco, con 60. Ahora, el objetivo es que la Confederación Hidrográfica del Tajo permita plantarlos en las orillas respetando zonas de paso y propiedades privadas.

Ocurre del mismo modo con los lirios. Juan, siguiendo la estela del profesor Abilio Rodríguez Rosillo, impulsó la plantación de los mismos; habían desaparecido de la Charca del Marco después de una limpieza radical con maquinaria pesada en 2012.

Ahora, otro de los retos es que la Confederación haga cumplir la norma de libertad de paso a 5 metros de una parte y otra de los cauces porque hay zonas de la Ribera que no se pueden recorrer si no es dentro del agua.

¡Ay, el agua! ‘ploc ploc’, suenan sus gotas en su parpadeo mientras nos despedimos de Juan y volvemos a echar mano del libro de Machado, de Antonio (acotamos)... ‘del mar con la nave hueca, del viento con el molino, la torre con la cigüeña’.